En la noche clara de negro deseo,
se acerca fugaz un gentil caballero,
se duerme en la sangre que deja en la nieve;
se duerme y la fuerza del mal lo conmueve.
La noche sin luna, de bajas pasiones,
tiene cien estrellas, malas intenciones,
tiene mil aromas de grandes misterios
y entre sus sombras, el frío cementerio.
La lápida sola, cubierta de hielo
refleja lo claro de aquel negro cielo.
Debajo, los ojos de un joven guerrero,
dormido en la voz de un corazón de acero.
Allá entre las sombras, oculta en lujuria,
se encuentra una joven con ojos de furia.
El viento enlutado acaricia su cuerpo
y espera que el noble pronto esté despierto.
En medio de todo, el lúgubre destino
planea entre las sombras cruzar sus caminos.
La joven hermosa, de muy blanca piel,
sale de la nieve a encontrarse con él.
Sus pálidos brazos de rojo se cubren,
y hermosas estrellas las nubes descubren.
Aquel caballero se entrega a su cuerpo,
profana la tumba y la paz de los muertos.
La estela de sombras de aquella mujer
se entrega deseosa a aquel bello ser.
El negro destino les cierra los ojos,
los une con besos y eternos elogios.
Pero entre penumbra ya canta la aurora,
tiñendo de luces la fauna, la flora.
Y vuelve a la vida en aquel cementerio
la ingrata alegría del reino del cielo.
Ya duerme el sepulcro, ya duermen las tumbas,
la imagen de ensueño entre voces retumba,
la llama, la sigue, le muerde sus sombras,
recuerda, persigue, sus labios la nombran.
El pálido esqueleto yace entre sus brazos,
a penas la carne la cubre hecha pedazos.
Pero entre las sombras bien pareciera... ¡viva!
¡Que vuelva la noche y sus sombras le den vida!
Halfas ° Dimarceleit |