Te he dado la muerte
¿Qué pasaría si tú murieras? Sí, así es. Sí en este momento murieras. ¿Qué pasaría? ¿Necesitas saber cómo? Pues que te parece de... un infarto. Sí, eso es; de un infarto. Justo ahora tu corazón empieza a latir cada vez a menor ritmo. Tu sangre termina ese largo recorrido que empezó hace ya bastantes años. El cerebro deja de mandarle señales a tus órganos. Pulmones: desconectados; riñones: desconectados; nervios: desconectados, y un sin fin más de funciones quedan desconectadas.
O que te parece si en vez de un infarto eres asesinado de un balazo o de varias puñaladas. Sientes el frío del metal o de la bala atravesando tu estomago, tu corazón, tus piernas y por qué no, también tu espalda. Mueres porque te resististe a entregar tu billetera, tu auto o tu reloj. A lo mejor tu muerte es el resultado de un secuestro fallido. Y precisamente no resultó porque opusiste resistencia. Más de la que esperaban tus secuestradores. Más de la que tú imaginas que puedes tener.
Pensemos en otra cosa. Tal vez tu muerte se debe a que tú mismo atentaste contra tu vida. Sí, eso es. Tus pies están a cincuenta centímetros del suelo. Tu cuello tiene esas marcas características de un ahorcado. ¿Tu color?, el azulado propio de la muerte. Tus ojos están fijos hacia la puerta. Esperando que alguien entre y mire de frente tu rostro perverso, repugnante y lastimoso. Forcemos un poco más la imaginación. Estas sentado al borde de la cama, las sábanas están cubiertas de un color rojo, un color que forma unas manchas irregulares y a la vez macabras. Tus sentidos van desapareciendo poco a poco. Al principio –recuerdas que fue hace poco- sentías mucho dolor en tus muñecas. Te horrorizaba mirar los brotes de sangre que van de las muñecas a la cama. En este momento ese dolor está desapareciendo, crees que es a causa de ese sueño que te invade, que no te permite moverte, no te permite pensar, ni siquiera te permite concentrarte. Divagas en un millón de pensamientos. Vienen los recuerdos de tu infancia, la adolescencia y sus complicaciones existenciales, la novia que amaste, tu boda pasa de corrido. Tu mujer, ¡ah!..., tu mujer es un pensamiento claro y reconfortante. Quisieras verla, abrazarla... pero recuerdas que estas muriendo, sabes que se destrozará pensando en el por qué un hombre como tú cayo en el suicidio.
¿Y si te mueres de una sobredosis de pastillas? No, nunca te has podido pasar las pastillas grandes. Has tenido que partirlas en dos o colocarlas en un pedazo de pan o de queso.
Será mejor que nos quedemos con la primera idea. ¿La recuerdas? Sí, si la recuerdas. Un infarto es mejor, porque es una muerte natural en la que no interviene ningún hombre, sólo estas tú y el Creador. Tú no te suicidarías sabiendo que eso podría dejarte fuera de ese paraíso celestial por el que tanto tiempo haz hecho meritos. Que alguien más te matara sería posible –viviendo en una sociedad como ésta- pero no quisieras que tu vida terminara así. El infarto es algo más personal. Él te dio la vida y es Él quien te la quita. Ahora bien, podemos pasar al siguiente punto. Has decidido morir de un infarto. ¿Dónde y cuándo te da ese infarto? ¿Quieres opciones? Esta bien. La recamara de tu casa, sí; la casa grande que tiene muchas habitaciones, alberca, césped bien cortado, un perro jugando y corriendo tras una pelota. Ésta casa está en una de las mejores zonas residenciales de la ciudad. Esta ciudad que tanto amas y que a la vez te ama. Tienes la generosa edad de setenta años. Es más, este día es tu cumpleaños. ¿Por qué? Crees que este día debe ser para celebrar tu nacimiento, no para llorar tu muerte. ¿No entiendes? Si naces y mueres el mismo día estas cerrando el ciclo de manera perfecta. Los días siempre tienen veinticuatro horas, la semana consta de siete días y los meses no han cambiado para nada. Naciste un viernes por la mañana y ahora mueres un sábado a la misma hora. ¿Qué más puedes pedir? Él te dio la vida, Él te la está quitando, te dio setenta años, ni un día más ni uno menos. ¿Verdad que te gusta esta idea? Estoy seguro que ya no quieres más opciones. Te comprendo. Te he dado una muerte, un ¿Cómo?, ¿Cuándo? y un ¿Dónde? Recuerda que en el género periodístico hay dos preguntas más: ¿Quién? y ¿Por qué? La primera tiene su repuesta clara y obvia: Tú. La segunda es un poco más difícil. Esa tendrás que contestarla tú mismo.
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