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Por favor llora, no rías nunca, pues reír es sano y por eso es en vano, llora, justifica el ya y reza por que tus lágrimas santifiquen cada uno de tus pasos.
El hielo era de suelo bajo mis pies de patines que en un vaivén que no vendrá me lograba tropezar en cada respiro. Intentando rascar el cabello rubio atado a mi cuello y techo, moría mi garganta gritando y gritando te amo. El magma escalaba mis piernas, rodillas, caderas, hasta el corazón que se parte en dos sonando como el cristal de un vaso estrellado en el suelo. El chillido fue tal que abrió mis ojos.
Los rayos de sol ingresaban oblicuos entre las persianas de la ventana y las pestañas de mis ojos. El iris se comía de a poco las pupilas hasta que la mano se hizo visera apoyándose en mis cejas fruncidas.
Franco dormía aún en su cómoda cama a treinta centímetros de mí. El muy forro me dejó tirado sobre una colcha que pasadas nueve horas desde que me acosté ha logrado zigzaguear entre mis vértebras escurridizas. La espalda, una ese pidiendo auxilio o la droga suficiente para callar ese chiflido que rodaba sobre los nervios.
La garganta sangraba. En honor a la verdad, no creo que lo haga, pero eso parecía ser. Solicitaba, mi garganta, algo urgente con que diluir tanto líquido rojo que sólo pedía fluir sobre mi lengua, faringe y no quería saber nada con los pulmones, corazones o estómagos.
El equipo de música no ha parado de sonar desde anoche. Que hermosura volver a la consciencia con una Cantata de Puentes Amarillos acariciando los oídos. Parece que estos locos no les preocupa pagar luz.

“Aunque me fuercen yo nunca voy a decir
que todo tiempo por pasado fue mejor
mañana es mejor
Aquellas sombras del camino azul
¿dónde están?
yo las comparo con cipreses que vi
sólo en sueños
y las muñecas tan sangrantes
están de llorar
y te amo tanto que no puedo
despertarme sin amar”





Me levanto con toda la fuerza nula que uno tiene cuando se acaba despertar. Todo se vuelve negro. Me sostengo en la mesa a mi derecha. Un simple mareo, sangre que no llegó a tiempo a mi cabeza. Sigo con mi indefectible camino hacia el agua.
Lentamente abro la puerta probando evitar cualquier tipo de chirrido extraño al medio. Me deslizo fantasmagóricamente izquierda pasillo derecha cocina izquierda heladera puerta abro luz botella agua mano labios agua. La sed desparece pero el dolor sigue allí presente, en la garganta, o hasta la garganta. El epicentro, veo que en realidad, se encuentra un poco más abajo a la izquierda. El tuc-tuc me es un despertador. Tengo que despertar. No puedo seguir durmiendo. Pero aún tengo mucho sueño, muchos sueños acumulados, y vos sólo uno entre ellos.
Franco entra sin llamar demasiado la atención por la puerta.
–Buen Día.
–Buenos Días.
–Achís.
–Jebus.
–Gracias.
–No hay porque.
-¿Qué día es hoy?
-Miércoles, ¿por?
-No, el número.
-Once.
-Hoy juega Argentina
-¿A qué hora?
-Ni idea, a la noche.
-Che, ¿si vamos a tocar?
-Dale.
Nos dirigimos ambos hacia el garaje y él en el teclado y yo bandoneón en mano meta canto en esta pieza armónica-romántica-melosa.

Un velo de seda cubre los labios de fuego,
cubre los ojos del misterio, cubre las frases de mi encierro.
Un velo de seda cubre las miradas de mil días,
las sonrisas de mil noches, la alegría de toda una vida.
Un simple velo puede separar el amor,
puede pudrir el corazón, puede destruir la razón.
Un simple velo quiere atraer la placer,
quiere disipar amanecer, quiere crear un nuevo ser
.
El velo de mis maravillas. El velo de sueños del lobo (estepario).
El velo de melodías (y mediodías) amigas.
El velo que me encarna solo
Necesitamos a veces de velos para soñar con más energía
mas la energía se potenciaría minando los velos de acero.




Cae el hambre, poniends mantel, pan, tazas, dulce de leche, manteca, té, limón. No hay azúcar. Nunca hay azúcar. Menos sin vos aquí. Gol de Macherano. Partido ya emitido el domingo. Nadie juega al fútbol a esta hora de la mañana. 11 a. m. Esto termina cuatro a cero sobre Perú y vos en veinte minutos salís de italiano. Tipo doce menos cuarto llegás a tu casa y te vas a poner a leer algo de Goethe o Sarte. Siempre te gustaron los escritores Franceses. Yo acá pensando, pensando en alguien a veinte kilómetros de acá, que nada tiene que ver con nada. Podría disfrutar la bella goleada, los pies enguantados de Riquelme; pero no, vos ahí muy forra haciendote ver. Que puta que sos.
-Che, me voy
– ¿A dónde?
–A mi casa
–Banca que termine el partido
–No dejá, hace una semana que no doy señales de vida por allá, aparte capaz llego a comer.
–Andá a cagar.
–Besos a la familia.
Camino, son siete cuadras caminando, tres en auto y quince minutos en bondi, o media hora, depende la frecuencia. Que lindo día. Apenas unas nubes de Gauguin lamen el cielo. Un charco. Parece que llovió anoche. Yo mosca como siempre. Todavía cuatro cuadras y media. Mirá. Una cancha de tenis. Están tan de moda. Nos están rodeando. Chetos del orto. Que lindo perro, un siberiano, no, no es un siberiano, este tiene los ojos marrones. Auto blanco. Todos los autos son blancos. ¡Mi casa! ¿A que hora doble por la esquina?. Tengo demasiado automatizado el recorrido. Zombi puto.
-Apareciste, ¿te echaron de allá?
–Siempre el mismo vos.
–Llegaste justo para hacer el asado.
–Pero vos estás en pedo.
–Listo, entonces no comés.
–Dale, pasame los fósforos y no me jodas más.
–Me parecía.
Apiladas las leñas marrones sobre los carbones negros. Los maderos simétricamente ordenados y el caos de carbón arderá el fuego. La mecha blanca amarillenta de papel diario del mes pasado. “Usaban perros para hacer empanadas”, pobre siberiano, no tiene la culpa.
El rojo flota sobre los leños que escupen el gris por la chimenea. El show se presenta caluroso ante mis manos pidiendo sangre que morder, que gustar. Los pulmones gritan auxilio y me alejo de la fiesta térmica. Una gota de transpiración se cuela en mis parpados y en suspensión se mantiene allí por un buen rato. Pero yo no me doy por aludido. Algo me llama desde los pulmones, o adelante del pulmón izquierdo.
Los rojos intensísimos arden gritando comida. Con la pala saco a los leños que aun son proyecto de brasa, que encendidos, se abrazan a un costado del asador. Llegan con mi viejo las carnes que la química hará manjar. Los chorizos se bañan en grasa luego de ser atravesado por un pícaro tenedor. Las armas bajo presión son mechas que no tardan la explosión. La carne envejece volviéndose marrón. El matahambre amarillo derrite mis dientes que se hacen agua en la boca. La morcilla negra se erige y petulante no se deja ser menos.
La mesa ya puesta recibe entre “un aplauso para el asador” las carnes que no tardan en caer en los estómagos vivos. Mi hambre se sacia pero aún duele allí arriba, mi boca baila pero aún duele allí abajo. En honor a la verdad no duele. Es como una angustia, una angustia nostálgica que salta, canta y llora. Pero es un llorar sin orgullo ni tristeza, sólo llorar por el llorar mismo.
Postre de helado, pero el helado ardiente quema mi lengua que pide otra lengua, que pide algo ni dulce ni amargo, ni amar, go…zo el sabor en mi cuerpo y se cae mi alma hasta los tobillos.
Me recuesto en un sillón de alfileres que me pican y me dice dale boludo, llamá que la vida te corre. Convencido levanto el teléfono, marco, suenan dos tuuu y cuelgo. Intento una vez más y los dedos escurridizos no atinan los números que se escapan unos de otros. El pulso va a todo lo permitido. La nuez de Adán se hace mil y lija el oxigeno a no dar más. Atendés y mi vos parece una hoja de papel rompiéndose, como no puede ser de otro modo, cuelgo y me recuesto nuevamente.
Mis ojos de acero soportan el asedio y lloran sin lágrimas. Me hormiguea la mano a más no poder. Y ahí, para que hablar de ahí, todos saben que pasa ahí adentro, todos menos vos, puta. ¿Cómo no te das cuenta?, o mejor ¿cómo te vas a dar cuenta si no te llamo? Entonces prendo el equipo y pongo a andar “Al final de este viaje”. La vos tenue de tenor con los saltos característicos del cubano deliran mi cerebro.

“La cobardía es asunto
de los hombres no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan a amores
ni historias se queda allí.
Ni el recuerdo los puede salvar,
ni el mejor orador conjugar.”





Corro delirante hacia un teléfono que canta al compás de las teclas que mi digitación alcanza a presionar a alta velocidad sin enterarme jamás de los números que tocan a mis dedos índice, medio y anular.
-¿Sí?
–¿Estará Jazmín?
–Sí, ella habla.
–Adivina quién soy.
–¿Héctor?.
–Acertase usted.
-¿Qué hacés?.
-Nada relevante, supongo que hace tres días que no salís de tu casa.
–Esta mañana estuve en clase italiano.
–Uau, y estuviste en la clase entera.
–Bueno perdón.
–Ya que estoy, puedo suponer que en estos respectivos días no has hecho más que leer a Sartre.
–Ey, también hice otras cosa.
–A ver.
–Leer Cortazar.
–Entonces señorita, le propongo seguir leyendo Cortazar, pero esta vez con mi presencia a sus alrededores.
–Ah sí.
–Es más, le haré conocer un objeto esférico distinguido por su grandeza y brillo, en el vulgo le solemos decir sol.
–No me cargues.
–Dale bonita, voy para allá, te espero en el Álamo al frente del colegio.
–Parece que no tengo alternativa.
–Conmigo no hay nunca alternativa.
–Está bien chau, nos vemos en un rato.
–Chaíto.
El teléfono no termino de colgarse, ni sabré si en algún momento lo hizo, y mis manos presionando el picaporte me dejaban llegar hasta la parada, y elevándose, para el colectivo que me lleva hasta mis destino.
¿Qué estoy haciendo? ¿Qué te voy a decir? Seguro que algo debés sospechar. Ningún chico llama a una chica bonita pa’ saludarla. O ver el sol. Lo primero que vas a hacer puta es preguntarme porque te invité, y yo como un boludo me voy a quedar tieso sin emitir sonido alguno. Me vas decir, ah, estás enamorado y me vuelvo en el instante un tomate y con una aguja vas a perforar mi oreja, mi cabeza reventará quedando pedazos de cerebro marca Héctor esparcido por todo el lugar y vos riendo seguirás tu camino. La timidez ahí siempre cagándome la vida, tirando para abajo, medicrizándome hasta los pulgares. El tema es que si supiera lo que vas a decirme yo ni pensaría todo esto, y la timidez se iría por el caño. El desconocimiento, maldito desconocimiento, deberían encerrarte y tirar la llave.
Días mas tardes mi conciencia a distancia me ha dicho, puesto que mi yo estaba muy ocupado en otras cuestiones, que mi cerebro se fue nublando poco a poco corriendo a un pulso mucho más lento que los segundos del reloj. El reloj mecánico logra avanzar nuestros pies uno tras otro y siempre uno después del otro, mientras nuestra cabeza camino por si solo, buscando a veces los segundo, olvidándose de ellos en los tiempos más brillantes. Mi cerebro, me decía, giraba con un pivote ilusorio muy propio y veía pero no veía las cuadras morir tras de mi, a mi izquierda, porque me contó que como no había asientos, yo iba parado, pero nunca me di por aludido de tal situación. Yo giraba alrededor de la estrella que daba calor y presionaba a mi corazón para que pulsee.
Por una suerte de destino, el colectivo frena de golpe y una mujer no puede con la inercia y cae a mis pies. Intuitivamente me agacho para ayudarla a pararse, y al levantar la vista, me fijo que tuve que haberme bajado en la parada anterior. Presiono el botón del timbre, puteo al colectivero que con mucha razón no abría la puerta y al llegar a al esquina, salto y casi me tropiezo con la vereda. Corro, me agito, las palpitaciones se concentran y de a poco se hacen presente en todo mi sistema circulatorio. Cruzo San Martín, 17 de Octubre, Libertad y llego a Córdoba. Doblo a la derecha sobre esta misma y luego de chocar un par de transeúntes y patear un siberiano de ojos marrones que en su mirada pedía hambre, y te veo allí lejos. Distraída en tu Rayuela sin darte cuenta de mi desesperación por alcanzarte, aunque sé que estás a más de cien cuadras. Tus cabellos rubios sobre el hombro izquierdo apoyase sobre la brisa que tenue vibraba el flequillo ocultabando tus ojos caramelo. Elástica y delgada se desarrolla tu figura haciendo un ángulo de cien grados entre tronco y tierra.
-¡Jazmín!
-Héctor, ¿porqué tan agitado?
-No importa, ya se me pasa. ¿Qué hacías?
-Contaba las flores del Jacarandá.
-Para loca, no me pidas que piense en este estado, es sólo un formalismo. El buen Cortazar, eh.
-Si, para eso me invitaste, para leer Cortazar.
-Rayuela, es una de mis materias pendientes.
-¿Cómo? ¿No lo leíste?, no se ni para que vivís entonces.
-Nadie es perfecto, sólo lo era Dios, y ya lo mató Nietzsche hace más de cien años.
-Mirá lo que dice acá.

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elije y que dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.




Entre sonrisas charlaban tenuemente nuestras voces estereotipos pre-formulados e hipótesis de conversaciones dadaísta.
- ¿Qué significa que un tipo compre un auto blanco?
- ¿De qué hablas?
- Fijate que el ochenta por ciento de los autos que cruzan la avenida son blancos.
- Muy observador me resultó ser
Y tus labios carnosos vibran y yo que digo ahora te digo, ahora es donde te beso y feliz para siempre, mejor ahora, no, ahora, y la idea fija gira y mis palabras transcurren inconscientemente de forma mecánica haciendo charla para hacer pista donde mi lance rodará rozando las rodillas sobre el asfalto, que no me animo, que ahí voy, que te moviste, que me encogí, puta, ¿porqué te moviste?, si no te hubieras movido te hubiera besado, pero cómo te voy a besar, tengo que hablar, decir que te quiero, que te amo, no, que te quiero, que te amo es peligroso, y el pelotudo sigue diciendo huevadas.
-Mirá el perro ahí tirado, ese que parece un siberiano, sin preocupaciones de lo que vendrá.
-No todos podemos ser perros.
-Pero si podemos ser gatos.
-Eso ya es otro tema.
¡Las ocho!, dale cagón hacé algo, en un par de horas juega Argentina, ¿cómo pensás en eso en esta situación?, perdón se me escapó, claro y nunca se te escapa un beso, qué te crees qué es fácil, que tan complicado puede ser, labio contra labio y nos vamos para otro lado, y después la cachetada te la bancas vos, mirá boludo, te está tomando de las manos, no puede ser tan puta, te está diciendo algo pero el chico está muy ocupado pensando en la selección, bueno ya te dije que se me escapo, tampoco me hiciste tan perfecto.
-No puede ser, otro auto blanco.
-No me había dado cuenta que eran tal mayoría.
-Creo que me voy a volver loco.
-Para volverse loco hay que estar cuerdo en primer lugar.
Ojala que juegue Sabiola, callate pelotudo, bueno perdón, aparte Tevez le da tres vuelta, claro y el loco soy yo bostero pecho frío, mirá ya guardó el libro, mala señal, parece que resultaste flor de caracol mi hijo, bueno, sabés que no funco bajo presión, decile algo que se nos va.
-¿En qué estás pensando? (tuc tuc)
-¿Qué?
-Te pregunté qué pensás. (tuc tuc)
-¿Por?
-Porque es más fácil que me lo digas a que lo averigüe. (tuc tuc)
-No sé, no me acuerdo.
-Claro, todas dicen lo mismo. (tuc tuc)
-Así que me comparás con cualquiera, ya vas a ver vos.
-Y, así es la vida. (tuc tuc)
-Así querés vos que sea la vida.
-Claro que sí, o no. (tuc tuc)
-No digas “o no”, que significa nada.
-Me saliste delicada eh. (tuc tuc)
-“O no”, que absurdo, es como “es un viaje”, no se vos pero yo la paso bien en los viajes.
-Pero es un viaje organizar un viaje. (tuc tuc)
-No se, yo hago la maletas en dos patadas, y si de seguro me olvido algo, allá fue.
La garganta sigue girando, los pulmones se achican y percuten al corazón con by pass que de pedo le alcanzan los glóbulos para el acelerado galope por el que corre, el estómago escupe ácido malgastando la panza que funciona de cortina de humo para las piernas que hormiguean después de tres horas en la cruz.
-Puta madre, son las once me tengo que ir yendo.
-La noche es joven.
-Pero yo lo soy más y en casa me cagan a pedo.
-Bueno te acompaño.
Les juro que fue un reflejo. No me di cuenta. No pensé. Sólo fue un instante de acción, de bamboleo hacia tu posición y mis labios no te dieron opción de escapatoria. La intuición se hace soberana junto a un subconsciente que harto de tantas máscaras se revela brindando un felicidad que cientos de razones en fila india formando trenzas y quitándole los piojos al del frente podrían nunca establecer. Te ataqué fugaz y efímeramente, a pesar de durar los siglos que perduran en minutos de brasa. Mi lengua ágil perforó tus dientes indefensos que con la suerte echada no hicieron más que rendirse a las circunstancias. Los músculos linguales, los más fuertes de todo el cuerpo, salieron de la trinchera enfrentándose cuchilla con cuchilla. La mente en blanco como auto de calle dejaba entrever vagas líneas color púrpura que marchaban sin rumbo ni forma definida. Es una gran victoria sin derrota más que en los cercos del triunfo. La palabras de Aznar se agolpan en mi cabeza y cantan “cuando estamos juntos ya no pregunto por que luchar, todo asunto serios es menos que el misterio de tu mirar”. No hay mañana ni once de la noche ni Venezuela ni guerrillas en Colombia ni tiranismo yanqui. No hay nada, ni siquiera hay nada, el devenir se concentra en papilas gustando papilas y pupilas viendo a través de los parpados cerrados, parpados que alfombran el tambaleo de mi conciencia entre cisnes fucsias, unicornios amarillos, dragones con seis cuernos y un duende riendo irónico al conocer todo lo fatal que puede ocurrir en una hora de segundos.
El asedio duró veintitrés minutos, taciturnos se separaban muy tenuemente los dos rostros. El caramelo de tus ojos brillaba en tonos pasteles, tus labios húmedos, secos y rojos no podían cerrarse del todo, tu nariz fría, que fue fría desde el instante que la tocó mi nariz. La magia estaba hecha, las preocupaciones quedaron en un pretérito muy anterior. Entonces dijiste.
-Desaparecé de mi vista.
Estaba a un instante de sonreírte, pero la llamarada helada que proyectaban tus ojos empapaba de cemento todo mi rostro. ¡Puta!, ¡trola! y derivados. Todos ellos a la vez. Los párpados de bolsa retuvieron las lágrimas. Corrí, salí corriendo, atravesé todo el cemento y asfalto que ni mil hornallas lograrían contrarrestar su frialdad con la que rasguñaban mis pies y uñas. La garganta no pudo cicatrizar del todo y empezó a fluir su sangre por toda mi lengua, pómulo y cuello. Los edificios de arena caían tras de mi y metamorfoseándose en nylon permeabilizaba todo lo que pisé y todo lo que me formó. En mi carrera cruzo por un puente que me ve caer por su borda hacia el clavado en el río que empiezo a nadar. Nada mi cuerpo en las putrefactas aguas de ciudad, a contra corriente para alejarme lo más posible. No recuerdo el cansancio, lo que me permite continuar sin respiros. Mis ojos no soportan la presión y se dejan vencer por las lágrimas que diluyen al río que hoy será salado para intensificar mi dolor de garganta ensangrentada. Lentamente la lija de mis glándulas lagrimales van limpiando mi cuello, pómulo y lengua. Ingresa indefectiblemente por mi boca y vuelve todo blanco. La triste va desapareciendo poco a poco, es más, nunca estuvo allí, mis lágrimas no son de tristeza, no lo comprendo muy bien, son un golpe, un estar allí, nadando en un río, que la putrefacción no es más que un cuento bonito que fuera de él estoy yo, estoy. Años de risas nunca se comparará con este mar de lágrimas, mi sed no eras vos, era yo, tenía sed de mi mismo.
Me detengo, veo a mi rededor. Nada hacia la orilla y cuando me voy acercando consigo divisar un auto blanco, un maldito auto blanco que en una curva no ve al perro que cruzaba la esquina para seguir en su carrera de ladridos y lo empuja por fuera de la calle dejándolo tirada en la vereda.
Corro, como hice en todo el día de hoy, hasta la posición del siberiano de ojos marrones. Todavía respira con normalidad, fue sólo un pequeño roce. Me abre sus ojos y brillantes se muestran azules. Azules como la llama de un encendedor o el mar de un país caribeño. Toda la ternura del siglo se resumía en esas esféricas porciones de cielo. Un abrazo incalculable se estrechaba entre yo y él. Besos y rezos reventaban los cabellos claros de ese animal que mi sentido común no podía aceptar, puesto que su limpieza no correspondía con la corruptible calle en tinieblas.
Lo alce y empecé a caminar calle abajo para la parada del colectivo. En eso cruzo por un bar donde en un pequeño televisor se veía a la defensa de Mexico rechazar, a media hora del final del partido, el balón. Verón tomándolo de bolea en el medio de la cancha la tira al extremo izquierdo de la misma. Heinze toma la redonda, se la pasa a Cambiasso que se la devuelve luego de ser encimado por cuatro del tricolor. Es entonces donde el lateral del Manchester lanza un pelotazo dejándola veinte metros delante de la boca del área donde Tevez la para con el pecho y pateando a su derecha ve entrar el balón al área. Messi en soledad llega hasta él, y cuando es alcanzado por los zagueros mexicanos, besa con la zurda el blanco que empieza a rodar sobre el aire pasando dos metros por encima del arquero y descendiendo elegantemente por detrás del manotazo estéril de un Sanchez desesperado por evitar la magia del pendejo sinvergüenza.
Comienzo a estallar de risa. Grito y mi garganta se parte en dos. Grito como nunca recordé haber gritado antes. Un desconocido a mi diestra empieza a llorar y lo abrazo porque compartimos las mismas lágrimas. Todo el bar se desespera al unísono con una o que se escucha hasta el estadio azteca.
Luego de tanta belleza junta, no podría soportar seguir el partido y sigo en mí caminando hacia la casa, con el siberiano de ojos azules entre los brazos.
-Hoy te llamaremos Dios, bella mirada de mar, y no te preocupes por nada, mañana es mejor.

Texto agregado el 10-04-2008, y leído por 170 visitantes. (0 votos)


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