La conocí por desgracia, una de esas desgracias precisas, cuando aún su alma era plomiza pastosa y tenía los ojos más brillantes en toda la noche, y en todo el cielo…
Pero yo siempre… un imbécil, un completo imbécil cometiendo el crimen de quererla debajo y encima de mi ego, desnuda o perdida, desnuda y somnolienta.
Pero ella nunca me dejó entrar más allá de cinco milímetros en sus ojos, me quedaba girando en su iris, y llegué hasta su esclerótica rojo intenso sólo para lamer su espesura con olor a vino semi-seco.
Y la deseé
Y la besé
Y la maté.
Todo sin quererlo, todo al mismo tiempo, sin ni siquiera recordar el color de lápiz labial que ella usaba y lamía y volvía a ponérselo para nuevamente lamerse los labios una y otra vez, seguramente era sabor frambuesa. Ni los días con temperatura de infierno color coca, ni mi miedo a la oscuridad viscosa cada fin de semana hubiera detenido tan fascinante espectáculo.
Es que verla pintándose y despintándose los labios era de película!
Claroo!, yo la amaba, ella era todo, ella era café, ella era ron, ella era leche, ella era Black Sabbath, y era amor. Y cuando digo que sí la amaba era porque podía transformarme en un hilo de luz artificial y hundirme en sus ojos hasta su zónula de Zinn.
Un día llamó llorando, como si Saturno hubiera explotado casi en sus ojos, como si ella fuera sólo una distorsión espectral, o casi casi como los cólicos menstruales.
Y gritó quebradamente: -¡Quiero desaparecer!-
Y como soy un completo imbécil, me quede en silencio escuchando caer las 1560 lágrimas más que le quedaban y de inmediato tiró el teléfono para que el sonido sea capaz de destruirme los oídos hasta el corazón, y estallar en seis pedazos o aún menos.
Pero ayer, después de mucho, follamos como si fuéramos a reducirnos a protones y electrones. Y lo hicimos.
Luego me recosté un rato y ella sobre mi pecho también, dormir así ( ) de suaves era lo mejor de todo, por que cuando ella duerme, puede llover meteoritos o simplemente no pasar nada, y aún así es mejor.
La miré como si quisiera meterla en mis oídos y ella de pronto tronaba de a poco, su olor cambio, su piel temblaba y los ojos se le endurecieron para gritarme que debía irse, (¡mujeres!) yo la solté en un tercio de segundo y la miré como si todo estuviera bien, como si ese todo se cayera en mi sien y de pronto sus movimientos faciales pretendierán ahogarme en sus nervios.
Ella se levanta, se viste en tres segundos, agarra sus llaves, olvida abotonar su pantalón y deja que sus senos se vean bien y en seguida sale tirando la puerta dispuesta a desaparecer.
Miré por la ventana, pero parecía que se había perdido entre las escaleras. O probable y simplemente despareció.
Desapareció de verdá!
Ojalá y me llamé de dónde este, (éste es mi número).
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