Sale el sol en el bosque. En la casa de los osos se oían ruidos en la ventana de la habitación de los pequeños ositos, era Colita, la ardilla, que tiraba palitos al cristal para despertar a los ositos y que saliesen a jugar con ella.

Mamá Felisa entró en la habitación, y llamó a los ositos para que fueran a desayunar. Pepito se vistió y fue, pero la pequeña Rosita no se levantó. Mamá Felisa fue donde Rosita, para ver que le pasaba; tenía los carrillos como dos piruletas. La despertó y la miró la garganta; la tenía roja como una fresa.

Llamó a papá Pepote y le dijo que Rosita estaba enferma y que fuera a avisar al doctor, que es un viejo oso, que vivía en una casa alejada, junto a un pequeño río, donde preparaba medicinas y jarabes con sabor, a golosina, para que los pequeños animalitos del bosque se pusieran buenos. Pepote fue a buscar al doctor y cuando llegó a la casa del doctor, éste estaba curando a un pequeño conejo, que se había hecho daño en una patita. Le puso una venda y salió dando saltos despacito.

El doctor acompañó a Pepote a su casa, para visitar a Rosita. Cuando llegaron, Rosita estaba levantada pero sin ganas de jugar, pues le dolía la garganta y no pudo desayunar, pero el doctor le dio un jarabe con sabor a regaliz, para que se pusiera bien.

Pepito estaba jugando con Colita. La osa Felisa preparó un café y el doctor y Pepote se sentaron a charlar un rato. A la hora de comer, Rosita ya se encontraba bien. Mamá Felisa había hecho un pastel de limón.

Después de comer salieron a pasear, por el bosque. Pepito y Rosita jugaron con Manchas, un conejo que conocían. Papá Pepote dijo que ya era muy tarde, y regresaron a casa como cada noche. Después de cenar y lavarse las manos y los dientes, se fueron a la cama y escucharon los cuentos de papá Pepote y mamá Felisa, que estaban muy contentos, porque Rosita ya estaba bien.

Como hacía una bonita noche y el cielo estaba despejado, Pepote y Felisa se sentaron para ver las estrellas. Volveremos a verlos otra vez.