NO sé si la realidad tiene que ver con todo lo que nos creemos o con lo que podemos llegar a creer. Nuestra realidad, la más cercana, tienen que ver con lo que nos sucede y modifica la línea de lo que habíamos considerado nuestro destino. A pesar de que intentamos controlar cada uno de nuestros movimientos, y así evitar esas formas inesperadas que fluyen entre nuestros planes, no somos del todo ajenos a las sombras que continúan moviéndose a nuestro alrededor. Las paredes existen y forman parte de ello, y las sombras que se mueven libres sobre ellas no siempre son producto de nuestra imaginación.
Empezaban forzosamente a crearse imágenes con sentido... ¿o seguía imaginando? Como la página de un libro que se voltea hasta taparlo todo en el reverso, y la pared; que se deja cubrir. Evocaciones de otras formas ajenas a tal momento, pero no totalmente desconocidas en los símbolos del balanceo. Amantes reflejados en la sombra de la pared. Sugerentes viajeros en los contornos sombreados de la luz.
Podía ser una contra mal cerrada, un picaporte roto de viejo y de pobreza. Como el frío que no cesa, como el invierno que introduce la cabeza entre las mantas y se inmoviliza. Metió la nariz disminuyendo la velocidad de la hinchazón del cobertor, la repetida elevación del pecho, el deshogo valorado de la necesidad de respirar.
En seguida, a pesar del suelo helado, se levantó para cerrarla. Frunció los labios intentando la habilidad necesaria para tal propósito. Se puso de puntillas y apretó con todas sus fuerzas. Cerró los dedos comprimidos en la tensión de un luchador sin sentir apenas las frías baldosas crecer sobre sus pies descalzos. Inventó otra noche sin luna, pero cada vez que cedía en la presión que ejercía sobre ella, la contra se abría y las sombras entraban de nuevo a través de su cuerpo.
Al llegar el día, alguien le había preguntado si había pasado mala noche. No respondió. Apenas había conseguido acomodarse entre las sábanas, se había levantado y había vagado por toda la casa, hasta que de puro cansancio cayó de nuevo dormido, pero ya había salido el sol y nada duraría tanto como aquel silencio, que, entre la indefinición, la indefensión, y el miedo, acababa de despreciar. Rehusar del descanso, no se había tratado de un hecho del todo involuntario, pero cada marca de la fatiga se reflejaba en los detalles de la piel cuarteada y en los ojos doloridos. Cantó un gallo desafiante y los cubiertos y la loza se precipitaron en el fregadero, escandalosamente, con el estruendo que vuelve a romper el estado de la realidad, el sosiego que para aquel momento por fin parecía haber llegado.
Aquel día, pasaron unos jinetes, una manifestación más de las cosas increíbles. Parecían tener prisa, y pasaron tan cerca de la casa que parecían reales, pero nunca se detendrían. Sólo imagen. Por lo demás no fue un día especialmente alegre. No cesaba el miedo a la oscuridad, y el recuerdo de todos los ruidos nocturnos paralizaba la noche antes que esta llegara.
A medida que pasaban las horas, lo acercaban de nuevo al momento de quedarse otra vez solo en su habitación, desamparado, desprotegido de las voces diurnas que lo distraían de sí. Debe haber otros caminos para la imaginación, se decía escuchando un sonido nuevo. Algo que nos ayude a presentar la realidad en una forma menos vulnerable.
Llegó la noche. Alguien estaba comiendo muy cerca de la cama. Con toda nitidez podía sentir aquel afán por roerlo todo, un cable eléctrico, una pata de madera, un trozo de manta que rozaba el suelo. Parecía tan concentrado en su tarea que no reparó en él, en su respiración, en el sudor, en la asfixia; no se movió. Dejó de oír el moler constante con la descarga del primer relámpago, y después con el fragor del trueno que lo acompañó se hundió debajo de las mantas. Al rato descargó una lluvia pesada, de gotas preñadas que empujaban el cristal con un repiqueteo constante.
La invencible candidez de la infancia respondía a cada nuevo sonido dentro de la pieza con la impresionable timidez que era esperada. Nada hubiera sucedido por simple miedo del inocente miedo infantil a la oscuridad, y se habría convertido en poco más de un recuerdo de una etapa necesaria, si la tierra no temblara bajo las luces del firmamento, y si aquello que parecían relámpagos no se repitieran con el rigor de la artillería. Ninguna tormenta duraba tanto, ni sus ojos se perderían en visiones tan duras como el agujero en el tiempo le deparaba, y que lo dañarían en el alma. La visión de todos los muertos y mutilados de las guerras ya pasadas.
Antes de los momentos terribles del bombardeo, volvía a despertarse, respiraba la humedad del aire, el sudor corría por su espalda empapando la ropa de cama, la ansiedad lo hacía respirar agitadamente. No era una sensación nueva. Estiró el brazo y su mano dio con la mujer, dormida. Se había ahogado, lo que a veces sucede por falta o por exceso de aire. Recuperaba el ritmo. Ella se había acostumbrado a sus pesadillas y ya no la despertaba, él nunca lo haría. Apoyó la mano en su espalda, respiraba acompasadamente. Se dio media vuelta y apoyó la cabeza en su nuca. Siguió sin despertarse, era mejor así, no quería molestarla.
Otra vez volvía el sueño de infancia en el que descubriera que debía dormirse entre ruidos y sombras premonitorios de la llegada de monstruos y fantasmas. Después el hecho extraordinario que había atraído a tantos reporteros, con cámaras fotográficas, aquellos que se instalaban cada noche fuera de la casa, delante del portalón de hierro, para contemplar el agujero en el tiempo, la espirar encajada en un hecho histórico, y la representación tantas veces repetida de la batalla que en aquel mismo lugar había tenido lugar. Pero había sucedido hacía tanto tiempo que ya no importaba quien fuera el vencedor, sólo las imágenes de mutilaciones, y de soldados agonizando entre gemidos y terribles alaridos; eso importaba.
Las escena se abrió durante las noches siguientes durante las noches siguientes a aquel primer sorprendente contacto. El cielo refulgía enrojecido, la casa retumbó y se abrieron los cráteres producidos por las bombas que habían sido tapados al terminar la guerra. Donde el día antes había un maizal, por la noche se llenaba de agujeros. Todo era real, y los soldados pasaban a caballo sin reparar en los fotógrafos. Al llegar la mañana todo volvía a la normalidad, todas las fotos se habían velado y no podían expresar todo lo que allí se había vivido, los campas aparecían inmaculados, la atmósfera limpia de todo humo, y nadie sabía si existiría una nueva manifestación. Con eso vivían, sin saber si otra noche se despertaría en medio de una tormenta semejante. Alguien desde alguna oficina, demasiado ocupado para desplazarse las noches de los acontecimientos, había dicho que todo se había tratado de una sugestión colectiva. Pero no era así, porque todos los que se habían desplazo hasta los pies de aquella casa confiaban en cuanto habían vivido, y le daban la categoría, sin dudarlo, de muy real.
Ya no sudaba, sólo recordaba. Le acarició el pelo y pegó su nariz a uno de sus hombros. Intentaba respirar su sueño, profundo, calmado, lleno de paz. Después la estrechó por la cintura y se disiparon sus miedos. Volvió a dormir.
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