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CÓMO CONFECCIONAR EPITAFIOS

Para aquellos rústicos iletrados que no sepan la acepción de la palabra, epitafio es la inscripción que se coloca sobre las tumbas.
Pues bien. A lo largo de la historia, han existido epitafios memorables, como el de Don Juan Amador Odiado, fallecido en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, en 1979, que dice así:

“¡Por el amor de Dios! ¡Nunca beban detergente!”

Y ha habido, también, otros sencillos y opacos (la gran mayoría), como éste:

“Aquí yace Pirulo Gómez (1927, 1972) Q.E.P.D.”

En una oportunidad, en una excursión a las catacumbas romanas, pasé junto a la tumba de un cristiano, cuyo epitafio rezaba:

“Aquí yacen los restos de Julio Marcos.
Al menos los que no fueron devorados por las ratas...”

Otro epitafio original, aunque no tan sangriento, saltó a mi vista en un cementerio de La Coruña. Decía:

“¡Esto me pasa por jugar a la ruleta rusa con un rifle automático!”

No obstante, no hay epitafios más divertidos que los escritos en forma de verso. En Rosario, Argentina, hay uno que dice:

“Aquí yace Martín Carbó:
Fiesta a la que concurrió
soberana paliza recibió”

Otros no pierden (ni aun muertos) la oportunidad de hacer negocios. Tal el caso de Ernesto Manuel Trujillo y Azcona, español fallecido en Uruguay en 1929. Sobre su lápida está escrito lo siguiente:

“Dejó el mundo Don Trujillo
fue su destino funesto
¡Nunca dejen de comprar
en Almacén Don Ernesto!”

Aunque si hablamos de originalidad, Julio Mercante Perezlindo, el afamado fabricante de letreros luminosos, adornó su epitafio con multicolores luces de neón, y decía algo así:

“¡Perezlindo le ofrece los mejores letreros, al más bajo precio!”

Ahora bien. El asunto que me llama a escribir estas líneas es el confeccionamiento de epitafios.
Para crear un epitafio, únicamente necesitamos una pizca de imaginación y un muerto cuyo nombre inmortalizaremos en la piedra.
Una vez que el muerto (o más bien su familia, o él mismo, pero cuando estaba vivo) nos ha confiado la difícil tarea de componer los versos (que no necesariamente tienen que ser versos), nos pondremos manos a la obra.
Como bien han visto en los muy variados ejemplos que cité, existen numerosos estilos epitafiales. Algunos rayan lo absurdo, otros son chispazos de aguda genialidad, otros nos sumen en el llanto; la mayoría no nos provoca risas, ni estremecimiento, ni pena, ni nada de nada.
El modesto objetivo de este escrito es enseñarles a crear epitafios originales, para que quienes los lean estallen en carcajadas o bien vomiten del asco. Pero de modo alguno deberán caer en la monotonía de escribir “Epifanio Acosta (1919-1990) Q.E.P.D.”, puesto que es digno de cerebros de imbéciles (por no decir de infradotados), faltos de imaginación, y de dudoso buen gusto.
Tal vez consideren mi juicio excesivamente duro, pero creo necesario, de una bendita vez, librarnos para siempre de los poetas sin talento, que sólo escriben con el fin de ganar dinero, sin atender más que a los gustos y costumbres de la masa, dejándose arrastrar por la corriente y componiendo epitafios sencillos y burdos como el que acabo de citar.
Pero ahora dejémonos de críticas e insultos gratuitos y pasemos a detallar los puntos claves para la confección de nuestros epitafios, y digo “nuestros” porque considero, como ineludible primer paso, obligatoria la confección primigenia de nuestros propios versos mortuorios.
Así, por ejemplo, si nos llamamos Juan Cardozo, compondremos:

“Me llamaba Juan Cardozo
criador de mulas y asnos
Comí mi último durazno
¡mas no escupí el vil carozo!”

Otra opción sería decir:

“Juan Cardozo era mi nombre
Piloto mi profesión
No reparé en cargar nafta:
¡¡¡Se me cayó el puto avión!!!”

Sin embargo, debido a la posible falta de espacio en la piedra de nuestra lápida, será (si reflexionamos) bastante difícil escribir una estrofa de cuatro versos. Así que intentemos algo más corto:

“Juan Cardozo no es eterno
¡Marche uno más pal'infierno!”

Ahora bien. Si nos llamamos (y para que no me tilden de machista utilizaré un nombre de mujer) Juana Lavallén, diremos:

“Aquí yace Juana: fue hermosa
mas murió demacrada, ¡por leprosa!”

¿Es de mal gusto? Imaginemos entonces otro tipo de muerte:

“Aquí descansa en paz Doña Juana Lavallén
cruzando un paso a nivel, fue aplastada por un tren”

O algo como:

“Con la piel marrón, dorada,
este mundo he abandonado
Quise plancharme un vestido...
¡Maldito el cable pelado!”

¿Todavía lo consideran escabroso? Matemos, entonces, a Juana de algún tumor, una muerte un poco más común, más fresca y natural:

“Juana Lavallén nos deja este día
¿Vieron lo que significaba aquella mancha en la radiografía?”

Otro caso, que a menudo se da, es que el difunto estire la pata justamente el día que cumplía años. Entonces diremos:

“Aquí yace Juana Lavallén, pues,
de gran belleza y corazón noble
Nació el 21 del 7 y murió 36 años después
¡¡¡Así que la fiesta fue doble!!!”

He hecho, queridísimos amigos, un muestreo amplio para que comprendan de qué manera deben obrar. Leyendo varias veces estas páginas, seguro comprenderán mi filosofía y empezarán a pensar a mi manera, lo que es mi propósito (tal vez no el de ustedes).
Ahora, para finalizar, trataré de componer mi propio epitafio, a modo de ejemplo de cómo deben ustedes proceder:

“Mi nombre es Joe Santos
y en mi velorio no hubo llantos...”

¿Lo consideran triste? Creo que lo es.
Pues entonces hagámoslo alegre, con payasos y carcajadas.

“Ríanse del gris y cruel mundo
y del cadáver de Joe Santos, inmundo,
Que un día empezó con un vaso
y, borracho, ¡murió cual payaso!”

Les dije que trataría de componer mi propio epitafio y, créanme (no hacen falta mayores pruebas para que lo crean), estoy escribiendo directamente, en el papel original, sin borradores. Así que mis intentos pueden ser fallidos y espantosos, como lo que acaban de leer. Intentaré algo distinto:

“En un barco de velas henchidas
una tarde partí hacia la mar
La tormenta ignoré, ¡ay carajo!
¿Por qué nunca he aprendido a nadar?”

O, mejor, imaginemos un suicidio:

“Aunque tenga una esposa y tres hijos
Aunque nunca un disgusto me den
Yo les dejo, con mucho cariño,
este cruento balazo en mi sien”

Es... ¿cómo definirlo? ¿Cruel? ¿Diabólico? ¿Terrorífico?
¿Y si muero asesinado? ¿Cómo escribiría en mi lápida?

“Tenía razón mi vieja, ¡debería haberme dedicado
a la computación y no al periodismo!”

O, sino:

“Comencé redactando deportes
fui mutando, y creí ser eterno
Y, al final, acabé fusilado
por hablar siempre mal del gobierno”

Podríamos pensar, también, en una muerte en un accidente de tránsito. ¿Por qué no? ¡Si son tan comunes! Entonces diría:

“¡Pobrecito mi Alfa Romeo!
Quedó enclenque, ¡tan hecho pedazos!
Y mi cuerpo ya fue sepultado
aquí abajo, sin piernas ni brazos...”

Otra alternativa sería decir:

“Cuando niño soñaba despierto
con poder convertirme en un ave
y volar por el cielo tan suave
aleteando y planeando sin prisa
Y hoy yo puedo morirme de risa
pues cual pájaro al fin me sentí
Con mi coche hoy choqué y salí
¡despedido por el parabrisas!”

Éste, sinceramente, creo que me salió bastante bien...
En fin, queridos amigos. Si les dije que iba a detallarles las claves para escribir un epitafio ingenioso, les mentí. En realidad no existen métodos, no hay una técnica establecida. Es cuestión de esforzarse un poco y pensar, y pensar, y buscar, y corregir, y pasar horas y horas hasta hallar las palabras justas. Yo, en lo personal, después de tantos intentos y largos meses de indecisión y arduas cavilaciones, utilicé todo mi ingenio y ya escogí el futuro epitafio que estrenaré la noche de mi sepultura. Lo considero, humildemente, como brillante, genial, digno del recuerdo de las futuras generaciones. Dirá:

“Joe Santos (29/8/75-?/??/??) Q.E.P.D.”

Texto agregado el 30-03-2003, y leído por 7840 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
30-03-2003 muy bueno Joe, ojalá no tengas que usar tu epitafio antes de la ceremonia en Suecia. blanquita
 
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