Jamás vi correr mi tiempo de forma tan veloz. En esa pausa gasté 12 horas. Comencé comprándome un completo en el viejo barrio de Villa México, Maipú, cuna de mi madre y luego la mía por 3 días justo después de nacer.
Me detuve a mirar con detalle el sector engullendo el tomate-mayo, pues el hambre no sabe de tiempo. Ahí estaban desafiando a los años los blocks, añejos como los de una maqueta de un arquitecto sin imaginación, donde mis padres pasaron su adolescencia. En este lugar comenzaron se conocieron entre inocencia, la FISA, bototos y virginidad. Canciones románticas de banda sonora, mientras mi padre le pide pololeo por escrito sobre un volantín.
Ahí tanta nostalgia a la vena me despertó. Caminé hacia la avenida Pajaritos y, esta vez, esperé a que la micro me esperara. La cara risueña de una niña en la ventana de un auto dio luz verde nuevamente a mis recuerdos. Atari, tareas y correazos. Vino, domingos y llantos. Un chofer me desenchufa al gritar “flaco, ¿dame La Cuarta?”. Subí al transporte y quise consumir el tiempo que me restaba como lo hacía el chofer gozando al ritmo de la chillona canción de Antonio Ríos. Pensé en lo aburrido que era usarlo en imágenes empolvadas y envidié su simpleza. Con el ánimo a rastras, llegué fondo del pasillo y me dormí enterrado en el asiento.
Entre sueños, aparece en medio de una línea férrea de juguete el ataúd de mi padre y mi tren avanza a toda velocidad. Luego, la imagen de mi madre cortando pelo, pelo y más pelo, hasta rebanarse los dedos. Mi hermana me abofetea y mi hermano me abraza. No logro despertar de esa pesadilla. Todo se nubla y pierdo el hilo de la historia.
Creo que fue un largo viaje de cuerpo, ha pasado un día y siento el frío matutino aún arriba de la micro. Pasé la noche sin que el chofer me viera. Sin preocupaciones, me acomodé y seguí durmiendo. Comienza otro viaje, esta vez de mente, pues comienzo a recordar que tengo 16 años y por error invito a bailar a la más mujer más hermosa de la fiesta. Que suerte, escucho que dicen. Pero la risa diabólica de una escolar me despierta, al hablar con su amiga de un sábado por la noche. Me pregunto cómo pudo hacerlo su carcajada y no el roncar tuerca del tractor amarillo.
La micro se llena poco a poco. Se suben cantantes, payasos y vendedores. Se suben lanzas y cogoteros, que extrañamente se presentan antes de realizar sus fechorías. Entre ellos me subo yo, con 22 años, intentando ser un atractivo cuenta cuentos. Pero la gente comienza a insultarme y me amenzan si no me bajo por mi propia cuenta. Mi yo no les hace caso e intenta encantarlos, pero antes que eso sucede se pone de pie un hombre que viste una túnica con capucha, y de un golpe en la cara me lanza hacia el pavimento. Mala suerte la mía pues la rueda trasera arrolla a mi cuerpo. Ahí escucho a un sapo que grita “1 con 72”. Mi vista se nubla y sólo veo una luz que parece intermitente. Es la parte trasera del recorrido 323, que atropelló a un jóven frente a los block de maipú, un poco más allá de la FISA. |