Afuera la vida se sigue arrastrando cadenciosamente. La noche se filtra melosa en mi cuarto y poco a poco se escurren estrellas pálidas por la pared. Luciernagas muertas en el suelo.

Afuera otras luces brillan, invitando con su falacia de neón, los ruidos se han vuelto el soundtrack de un película porno barata y ha comenzado la comedia nocturna: los borrachos aullan al cielo, las putas en brama, esquinadas, gimen. La piel oscura y morbosa de la ciudad se devela. Sus poros exhalan sexo. Las respiraciones a estas horas se sienten calientes en la entrepierna. Punzadas cósmicas en el bajo vientre.

Afuera el viento ha levantado atrevidas faldas, elevado sueños secos y apagado ciertos fuegos.
Afuera huele a muerte, a sexo, a flores de panteón, a vida, a incesto. Una luna escualida escupe su luz por las calles y los perros beben su brillo de los charcos. Los ojos de los dementes se alumbran y el pecado se huele gélido.

Aquí dentro la salvaje calma. La violencia del silencio es perturbada por la voz orgásmica de Billie Holliday que se derrama por las bocinas de una grabadora vieja, rompiendo el aire espeso. Y ella que duerme con las manos arropando su vagina, deteniendo el eco de mi miembro erecto, palpando con los dedos que no estoy muerto.

Mientras las luces de los faroles de la Calzada al Sumidero se encienden, otro tipo de noche estalla en mi cuarto. Y un pequeño incendio ha comenzado en mi cama. Las sombras de mis dedos descansan y el tiempo una vez más se detiene... hasta mañana.