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El señor Telechea oprime el botón de comienzo de su confiable microondas, un show de luces acompañado de un irritante sonido de succión electrónica avisa que el café está a un minuto de microondas de estar a la temperatura óptima. Ya con el reloj digital contando, el señor Telechea prosigue con sus preparativos, aprovechando al máximo su minuto de microondas.
Una cascada de pastillas de alimento para perro cae de la bolsa en manos del señor Telechea, atrayendo así la atención del mastín de la casa, que sin dudarlo dejó en paz al pobre felino domestico que se refugiaba contra una esquina del jardín. La estampida canina cobró la vida de tres alegres alegrías, dos girasoles que ya no persiguen al sol, y de un narciso que quedó hundido en un charco.
Raudo y veloz, el señor Telechea se precipitó como una tormenta hacia el baño, dejando un camino de pastillas para perro del cual Hansel y Gretel se hubiesen enorgullecido. Dos cortadas en la barbilla completan la afeitada y hacen que el señor Telechea se hunda en el espejo para tratar sus minúsculas heridas, mientras, en la esquina inferior izquierda del espejo se ve a un pequeño gato amarillo jugando con las alegrías muertas, y alejándose luego de aumentar el caos, tras recibir una patada de una señora con el vestido manchado de tierra.
Diecisiete pasos más allá de la puerta del baño, ligeramente ensangrentado se encuentra el maletín del señor Telechea, el cual equipa con una manzana que le da su mujer Eva, quién se queja de haberse resbalado con las pastillas del perro y aterrizado sobre los girasoles que destruyó el gato.
Tres pitidos forman la energizante melodía que anuncia que el café ya está apto para el consumo, una versión Mr. Hydeana del señor Telechea atropella hasta alcanzar la liquida materia oscura, pisándole la cola al minino, quien saltó como pulga sobre el sillón adyacente a la mesa del comedor, liberando un estridente chillido erizado que despertó a un bebé, cuyo llanto se oía a la distancia.
El señor Telechea alcanzó finalmente al radiante aparato electrónico, solo para encontrarse con una mamadera dentro del mismo y su taza fuera. Automáticamente intercambió los recipientes con una destreza similar a la de Indiana Jones, la cual sólo pudo ser superada por la de su esposa al quitarle la mamadera de su mano derecha. Al alejarse, la señora balbuceaba algo sobre el gato y el bebé.
Una corriente de aire que se invitó a pasar por la ventana de la cocina hizo recordar al señor Telechea de la necesidad de llevar un abriguito, por si acaso. Caminó en un paso apretado de nalgas hasta el sillón donde se hallaba el gato y lo bajó del asiento con un tirón de la cola, revelando un pullover gris, dadaisticamente redecorado por las uñas del gato y la alegre tierra de las alegrías.
Pip pip pip, la espera llega a su fin, y el señor Telechea olvida por un momento su andar de zombie y retorna a su cocina. Ase al café por el asa y se toma unos segundos para hundirse en el vapor que se evapora y luego bebe un largo sorbo que sentenció a su lengua a la hoguera, pobre señor Telechea, el dolor fue tan intenso que le hizo demostrar la ley de gravedad con su taza.
El señor Telechea oprime el botón de comienzo de su confiable microondas.

Texto agregado el 08-04-2008, y leído por 143 visitantes. (0 votos)


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