No sé que velocidad traería el viento, pero seguro que se acercaba a noventa kilómetros por hora; era increíble su fuerza. Los árboles reverenciaban su paso con tal servilismo que algunos, en esas prolongadas acrobacias, terminaban por sesgar de cuajo sus más robustas ramas. Y ese sonido que desnudaba hasta el alma... Pero yo me sentía como una pluma, con faldas grises de color lluvia, y participaba en esa maravillosa danza dejando que esas manos toscas y frías alborotasen mi intimidad.
Me encantaba el mes de marzo, esa incipiente primavera, que un día se dejaba enamorar por la luna y al otro enfurecía al sol... Era como ese adolescente que empieza a descubrir toda una amalgama de nuevas sensaciones. Había nacido en ese despertar del letargo invernal, y me fascinaba oír los trinos de las golondrinas y contemplar los almendros en flor.
Cada año que pasaba daba a Dios las gracias por dejarme contemplar una vez más este alocado mundo lleno de imperfecciones pero cuajadito de tantas sutilezas que, tan sólo la sonrisa de un niño o la salida del sol entre las montañas, me hacía plenamente dichosa.
Hacía todavía frío; los mástiles de los barcos levantaban tal polvareda de ruidos que ahogaban por momentos el sonido sibilino del viento. Me arrebujé aún más en mi abrigo y, sosteniendo un café recién hecho entre las manos, cerré por un momento los ojos y me vi cuando, toda primavera, deseaba pasear entre las nubes teñida de mariposa y desafiar a cualquier roca, que nunca era demasiado alta, y sumergirme dentro de ese espumante mar que siempre me había cautivado... Mis sueños eran tan apasionantes que sentía pena, hasta de despertarme.
Ahora quizá, ya no serían tan emocionantes, ni mi piel estaría bordada con pétalos de primavera... Siento miedo a las alturas, y ya no me gusta, seducir al mar. Miro las nubes para ver si van a descargar una tormenta, y de las mariposas, solo me gustan sus colores. Ya no brotan de mi corazón príncipes azules. Ahora riego cada día ese hermoso árbol, que un día cobijó mi primavera y me dio sombra cuando me abrasaba. El tiempo ha transcurrido muy deprisa..., y de la vida, sabía casi hasta sus apellidos. Pero aún siento la primavera dentro de mí; después de cerciorarme de que no me ve nadie, extiendo los brazos y dejo que el viento me sacase a bailar...
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