La pérdida aflora sin pausa entre la maleza; acatando la orden del karma, buscando el usufructo invisible, abordando el sentir que paraliza y desmiembra, urdiendo la queja perenne en los labios y haciendo tragar la saliva que pertenece al vientre.
La pérdida cae sobre la espalda que permanece recostada; la que carga el peso de una mula, la que asciende del lecho mas de lo que se dobla. Orina en el rostro del caído.
La pérdida arropa de quejidos los labios amordazados, pega versos en la pared frente al prójimo, a los besos añorados conjura, al corazón riega con su vómito corrosivo, a los huesos hiende con la hoz de la muerte.
La pérdida es la génesis del poema acorralado entre la jauría hambrienta de los caminos prohibidos.
La pérdida precede al verso desplomado, a la caída en la oscura niebla, al agotamiento de la palabra, al envejeciente recién nacido, al joven arrollado por el tiempo, a la camisa de fuerza desgarrada, a los acosos del aire habitado.
La pérdida amansa, destronca, acorrala, aborrece, despoja, hiere la frente abarrotada, desmiembra los huesos, a las manos arma con el teclado y a los pies con la bota del soldado.
La pérdida abraza la espina en el cuello atada, a la columna vertebral ataca con su garrote babeando, el desvelo impone, a la rabia por querer ser libre desintegra, al amor despoja de su fusil, al afán de hermanarse con los congéneres guinda del poste más alto.
La pérdida se esfuma con la hoz en las manos de quien la atesora, con las seis espadas puestas sobre el teclado, con la orquesta acechando silenciada, con la frase del hueco en la frente atando al enemigo.
La pérdida se esfuma, al doblar las campanas un domingo por la tarde, al recoger los bártulos y marchar al destierro en el sur, al beber de las voces que rumian en los oídos, al transmutar la rabia en verbo y despojar la ropa de su brillo.
|