Me dice que, gritar al cantar, llorar al reír, mentir al recordar, son defectos inherentes a mí. Que lo acepte con madurez. Como si faltasen horas para despedirnos, como si expresarse así, le protegiera del frío, de aquel lugar al norte, que desde hace un par cigarrillos lo llama. Si pretendo una sonrisa, simulo agotamiento y fatiga, no ocuparía pretextos o aquellos cientos de mentiras que apunto en mi cuaderno, el que hojea y lee constantemente en cada encuentro, que le hace reír o enojar sin siquiera reflexionar y que jamás me rebajaré a explicar. Poco le importa saber que sin esas líneas yo me pierdo, con que sea puntual, y me quede siempre aquí, me quede siempre a tiempo, él se podrá levantar con su maleta hecha la noche anterior, y caminar sin mirar atrás, cosa que profundamente le agradezco, así puedo gesticular maldiciones y con las manos, cosas aun peores.
No es contradictorio que ese sentimiento ahora nos presente como dos extraños, giro alrededor de su imagen viendo cada edro y reconocer alguno cuesta, tanto como encontrar un tema de conversación. Ya no me esfuerzo, un hola, un adiós, tampoco vernos. En realidad todo poco importa.
Esta hoja y estas letras no se encuentran, lo que no sabe es que también, me ausento al besar, no me enamoro sin odiar y me desvanezco al despertar.
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