Harto de desilusionarse con sus propios fiascos literarios, empachado de hostiles críticas y mensajes humillantes, se retiró definitivamente de estas páginas mi amigo y cuentero Gardel. Al hacerlo, me dejo el siguiente texto que considero elemental compartir con ustedes:
“Soy un verdadero profesional del odio. Odio a las madres buenas, a las novias dulces y seguidoras, a los ancianos, especialmente a las abuelitas (tremendas atorrantas en su juventud) a las cuales, hoy hay que cederles el asiento. Odio la decadente institución familiar, el mayor cultivo de infidelidades y mezquinos intereses. Odio la poesía, ese cúmulo de palabras tiernas e inútiles en busca de algún otario que las interprete, para de ese modo, creerse sensible.
Admiro solamente, a los borrachos y a los drogadictos. Porque solamente drogado o borracho, se puede tolerar la profunda decepción que hoy siento por la raza humana.
Conservo, tal vez aun, un poco de simpatía por los locos y los niños. Estos últimos hasta los cuatro o cinco años, porque a partir de allí comienzan a adquirir los desagradables gestos y gozos de sus padres obligándolos a terminar siendo hinchas de Boca y peronistas. Bueno y aquí termino porque también odio a las putas musas que me engañan permanentemente con Joaquín Sabina.”
Inmediatamente le envié un e-mail diciéndole que yo compartía con él muchas cosas, que no se sintiera solo, que yo también envidiaba a Sabina, pero era demasiado tarde, había vendido la computadora, se compro una guitarra eléctrica, un porro y ahora le compone temas a Calamaro.
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