La sombra, extrañada de verse repentinamente sola, rodeada de madera, decidió explorar su nueva condición, su independencia etérea.
Se deslizo en un comienzo con cierta timidez, que le era natural, luego afianzándose un poco, emergió de entre la tierra que le rodeaba, subió por las raíces, el mármol, las flores ya marchitas.
El viento que trae llantos olvidados le recordó subitamente su infantil sueño de levantarse del suelo, de por fin arrancarse de las paredes que tanto la asfixiaron y despegar a fines mejores que seguir como una triste ornamentación perteneciente a los ya inexistentes movimientos fueran del sol o de otros menos dignos.
Por fin la sombra era nube o céfiro era manantial o fuego a punto de extinguirse, la sombra fue telaraña, fue mosca, fue risa de tísico, hasta el momento, en que el grito de un recién nacido, las vibraciones de un nuevo mortal, la cautivó de manera inexpugnable.
Era prisionera de nuevo. |