Agosto
Tirante agónico que caes.
Sostenías el exterior tapado,
la carne escondida a los ojos.
Mueres y contigo muere la vergüenza,
la decencia, la rancia tradición.
Y mi desnudez es lo único que queda,
piel muerta -¡cómo tu muerte, tirante!-
del color del agua cristalina,
trasparentada hasta ver el hueso,
las vísceras, el músculo -eso si lo hubiere-.


Noviembre
Juro y perjuro, prometo y reprometo
-palabra de honor
palabra de amor-
que el tirante murió de viejo, vencido y enjuto,
tieso y seco -como la leña vieja-
y que no conozco la pócima con la que se perdió
¡mi piel!,
la que me dejó a la vista de todos
venas, cartílagos, grasa, dientes, sangre.....

¿Y el amor? ¿También se ve el amor?
No, eso no se ve, eso no existe,
todo es sueño, quimera, fantasía.

¿Seguro?
Sí, seguro.

¿Y quien te dejó, en el pecho,
esa quemadura hecha a vivo fuego?
Fueron unos labios sin piel -como los tuyos y los míos-,
confundidos y arrastrados por aromas de azahar,
por deseos de giros que cayeron ahí,
en el centro de mi pecho redondo.
Y ahí ardieron hasta morir,
hasta fundirse conmigo y deshacerse,
hasta no ser,
hasta quedarse como una huella indeleble
de una búsqueda incesante.


Diciembre
Y el tirante muerto y mi piel muerta
se enredan en un baile engendrante
para parir un ser mitológico, fantástico,
mitad lino, mitad cuero
mitad deseo, mitad fuego,
mitad labios, mitad pecho.
Y en sus mitades abarca todo un cuerpo
de danzas frenéticas y tórridas,
de besos y de placeres -¡infinitos placeres!-
que desarman al que pasa por su vera,
robándole el sentir y la conciencia
hasta hacerlo caer en el mismo baile paridor
de ideas agónicas, sensuales
-también un poco histéricas-.


Septiembre
Ese ser -único- se expande rápido,
se mezcla y se multiplica con otros seres
-enjambre cambiante-
hasta tejer una tupida red
de la que nada escapa, de la que nada sale.
Solo se sabe que deja una marca roja
en el pecho y en los labios de los amantes.


Octubre
Mis labios vuelven a ser rojos, intensos,
desbordados y desbordantes de besos,
amados hasta volver a no ser, a no sentir,
¡a solo ser labios!.
Y con mis labios también recupero mi piel
con otro tirante agarrándola fuerte,
deseando en el abrazo no perderse,
solo servir de transmisora de tus caricias,
de tus dedos surcadores de toda ella,
de ese primer beso estallado
-o estallante, o lanzado con furia arrebatada sobre mí-,

de un amor que no sé si es o no es,
solo lo siento y me dejo llevar por él.