Para los no argentino-parlantes: HELADERA = nevera, refrigerador...
PÁGINAS PARA UNA HELADERA
Para empezar, y en contra de lo que muchos no dudan en afirmar, no estoy loco, en absoluto. Sólo escribo estas páginas para que, de una vez por todas, me crean. ¡Créanme! Estoy enamorado de una heladera, y es la pura verdad. Si alguna vez escribí cuentos humorísticos en los que estaba enamorado de una silla, de una multiprocesadora, o de una guitarra que se llamaba Silvana... Bueno, en esas oportunidades eran sólo chistes literarios, en donde describía al objeto como si fuese una mujer y, cuando el lector estaba ya convencido de mi amor por tal mujer, terminaba nombrando al objeto, sólo para brindarle al cuento un final humorístico.
Pero ahora créanme; estoy enamorado de una heladera. ¡Y no es broma! ¡Y no estoy chiflado!
Es una heladera que conocí en Rosario, en un negocio en Avenida Ovidio Lagos.
Si digo que tiene dos puertas y freezer faltaría a la verdad, y me creerían loco, porque esta heladera de la que me he enamorado, y cuyo nombre he decidido que es Marina (no he podido averiguar su nombre, pero tiene cara de llamarse Marina, no me pregunten por qué), no tiene puertas ni freezer, ni enchufes ni compartimentos. Y aunque todo el mundo crea que le estoy tomando el pelo, quiero anotar que Marina es una heladera con piernas, ¡y brazos!, blanca, como la mayoría de las heladeras, con dos ojos negros sencillamente alucinantes, y cabello pelirrojo. ¡Es una heladera cuya mirada (¡porque en dos o tres oportunidades me ha mirado!), paradójicamente, me derrite!
Tiene la voz un poco ronca, seguramente por vivir rodeada de frío y de hielo, pero ¿saben qué? AMO a las muchachas de voces roncas.
¿Qué más puedo decirles de esta heladera? Creo que aunque con frecuencia me enamore a primera vista, y me gusten demasiado las del sexo opuesto, esta vez es distinto. Primero, porque jamás me había enamorado de una heladera. Y segundo, porque es una heladera singular. Me explico: la mayoría de las heladeras son grandotas y gordas, medio cuadradas. ¿Es o no verdad, querido amigo lector?
¡Pero si vieran a Marina! Es la heladera perfecta, ¡la única heladera a la que le propondría matrimonio sin dudarlo! ¡Y repito que no estoy delirando!
No obstante, han surgido algunos problemas con respecto a este amor, pues muchos lo han tomado como chiste y, cuando les he dejado bien claro que no era broma, me han creído de veras demente.
Quiero aclarar, antes de narrar estos problemas, que si estoy un poco o bastante chiflado es por otras razones que no viene al caso citar aquí, pero no porque me haya enamorado perdidamente de una heladera es que voy a estar loco, ¡no señor! Porque me atrevo a retar a cualquier hombre que se jacte de tener buen gusto a que le eche un vistazo a Marina, y que después me diga que no es linda esa heladera. Apuesto lo que sea a que me dice que está tan enamorado como yo y termina pidiéndome disculpas por tratarme de loco...
Pero volviendo a los problemas que mencioné un par de líneas atrás, procedo a explicar:
En primer lugar, mi propia hermana, en cuyo departamento me hospedaba, al oír mi comentario de que “estoy enamorado de una heladera” me echó a la calle de una patada en el trasero al grito de “¡Pervertido! ¡Qué pensás tener de hijos, cubeteras!”.
Sin entender mucho me marché de vuelta a mi ciudad, en donde lloré mi amor a todos mis amigos, y hasta a mis propios padres, pero todos reaccionaron de igual modo, mandándome al diablo, creyéndome un pervertido, un maniático sexual, o cosas peores.
Así llegué a este hospital psiquiátrico, en donde me han afeitado la cabeza, me han bañado a baldazos con agua helada, me han sedado con drogas espantosamente fuertes, y hasta me han dado descargas de electroshock para sacarme de la cabeza “esa locura de estar enamorado de una heladera”.
Pero no podrán.
Creo en el amor por sobre todas las cosas, y por más electroshocks, lobotomías, píldoras y terapias a que me sometan, Marina, la heladera rosarina, estará siempre en mi memoria y en mi corazón, y no dejaré de exclamar que nunca jamás he visto sobre la faz de la tierra una vendedora de helados más bonita. A ella, a la heladera de mi alma, dedico estas páginas de diario íntimo.
|