Su respiración se agitó, sus manos temblaban, su mente ardía en deseos contenidos, ella a su vez estaba relajada, como esperando el ataque, en guardia pero entregada, hasta que las manos de él corrieron su cuerpo acariciando y tocando, sus labios se mordieron y sus alientos se mezclaron, y entonces ya no hubo tiempos ni distancias, solo gemidos y caricias hasta que la paz se adueño del lugar.
La noche transcurrió febril, la pasión copó y se adueñó de sus vidas fundiéndolas en un solo fuego que precisó la luz mañanera para apagarse de a poco.
Luego el día asomó y cada uno siguió con su vida rutinaria de trabajo y lucha, pero en un rincón del
cuerpo una pequeña llama esperaba ser insuflada para encenderse otra vez.