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La República de Platón

La historia de su vida no tenía nada de extraordinario era una vida común pero ella la había enriquecido con sus conocimientos.

De profesión “conocedora” podía contarme de Grecia, país por el que compartíamos el mismo amor sin conocerlo.
…Me hablaba de la antigua Grecia y de sus edificios famosos por su arquitectura, el Partenón, el Erecteion y el templo de Atenea.
…¿Qué va a llevar? me preguntaba. Y mientras buscaba en las estanterías, todo al alcance de su mano, seguía con las preguntas. … ¿Ya se terminaron las vacaciones?. ¿ Se fueron a algún lado?. Los chicos ¿Cómo están?.

…Y así seguía nuestra amena charla. Intentando yo responder una pregunta tras otra y cambiando permanentemente de temas de conversación.

Cuando sus padres murieron ella y su hermano Eduardo se quedaron ocupando aquella casa del barrio.

No era muy grande pero ellos utilizaban sólo una parte. El comedor con muchos muebles de estilo español tenía ese olor compuesto por una rara mezcla de humedad y naftalina característico en un cuarto viejo y cerrado.

Lo abría los sábados tempranito a la mañana para ventilarlo y limpiar la tierra que se juntaba atrás de los muebles, siguiendo un ritual que había incorporado hacia tantos años – primero sacudir los muebles, barrer y volver a sacudir porque el polvillo se vuelve a los muebles – explicaba. Después volvía a cerrar esa puerta grande y pesada.

Su hermano ya estaba jubilado y los gastos de la enfermedad de su madre habían sido demasiados.

Ella nunca había trabajado fuera de la casa y con casi 65 años no sabía por donde empezar.

Así un día pensando y pensando decidió darle utilidad a ese viejo comedor. Lo iba a transformar en kiosco.

Podía cerrar la ventana grande y abrir una chiquita, poner un mostrador alto y unas estanterías.

No debe ser tan difícil atender un kiosco se decía. Dándose valor cuando el miedo le anudaba el estómago hasta llegarle a doler.

Esto fue el comienzo de lo que para ella era una enorme aventura.

Desde muy temprano abría la ventanita y se sentaba en un banquito, sólo se le veía desde la nariz para arriba y con la expresión de sus ojos marrones lo decía todo.

Paquita era la kiosquera del barrio, a ella le gustaba que le dijeran así. Sentía que ocupaba un lugar importante dentro de nuestra comunidad.

Su mundo, ese gran mundo, tenía seis metros cuadrados.


El cartel de chapa que Eduardo pintó con tanto esmero posee nueve franjas horizontales idénticas alternando el blanco y el azul.
En el ángulo superior un cuadrado azul con una cruz y al lado de la cruz con bellas letras “La republica de Platón” nombre que eligió homenajeando a esa tierra que amaba.

Lo que motiva las constantes preguntas de los clientes y que Paquita contesta haciendo uso de sus conocimientos de "idónea sin títulos ni millajes" y poniendo en gustosa práctica aquello de "su pregunta no molesta".

Un día llego al kiosco un señor mayor, muy bien arreglado. Usaba camisa “bien planchada”, pantalones azules y los zapatos no se veían desde arriba del banquito pero podía imaginar que estaban bien lustrados.

… Buenos días… le dijo con una voz ronca y profunda. ¿Qué se le ofrece?, como siempre atenta preguntó ella.
Ese saludo siguió durante dos largos años, él se había mudado al barrio, era viudo. Vivía solo.

Durante ese tiempo muchas cosas cambiaron en su vida. La compañía de “Don Pablo” fue haciéndose imprescindible, al principio era un cliente más y después paso a ser su gran amigo.

Sus gustos eran parecidos y su amor por la antigua Grecia. Hacían de sus encuentros un viaje interminable lleno de música, paisajes, aromas y sabores.

El día de su cumpleaños número 68 preparó como de costumbre una torta porque aunque nunca tenía invitados, siempre alguna vecina se acercaba a saludarla y le gustaba tener alguna cosita para convidar.

Cerró temprano el kiosco y llegó don Pablo con un sobre de regalo.
Las manos le temblaban hacia muchos años que no recibía regalos de un hombre que no fuera su hermano. Intentaba recordar cuántos años hacia y si la memoria no le fallaba por lo menos 48 años.

Demoró una eternidad en poder abrir ese sobre, no podía parar de reirse, la risa se mezclaba con sollozos. El corazón le latía muy fuerte. Sus palabras se veían interrumpidas por ese tic… tac… tic…tac que retumbaba en su garganta.

En el sobre había dos pasajes para Grecia y un papel doblado. Lo desplegó con mucho cuidado , tenía miedo de romperlo.

Los ojos se le nublaban por las lágrimas que asomaban pero igual pudo leer lo que lo que allí estaba escrito…”Alguien alguna vez escribió…”Los caminos son para viajar, no son destinos finales”…con amor… Pablo.

Texto agregado el 05-04-2008, y leído por 517 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
29-01-2009 Romántico cuento que has expresado con belleza. Saludops. Jazzista
11-01-2009 Precioso, demuestra que el amor no tiene edad. margarita-zamudio
31-12-2008 Encantadoramente tierno y exceletemente escrito. Un abrazo Sofiama
19-12-2008 Muy hermoso cuento,me encanto el personaje ,cuanta ternura . Gracias un gusto ****** shosha
15-11-2008 Me encantó este cuento pleno de romanticismo y muy bien narrado. ¡¡¡Qué bueno el homenaje!!! almalen2005
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