May God bless and keep you always,
May your wishes all come true,
May you always do for others
And let others do for you.
May you build a ladder to the stars
And climb on every rung,
May you stay forever young,
May you stay forever young.
Bob Dylan
Héroe por 15 minutos
Caminaba como acostumbro, por la acera del lado norte de la calle Respaldo Gustavo Mejía Ricart; mirando las líneas verdes de grama que salían del concreto: las cicatrices de una vida útil. Nombres y números de gente que no conocía pero imaginaba. Este una vez fue mi barrio, donde crecí – mi espacio vital; mi mundo infantil. En esta mañana fresca y silenciosa, escuchaba la naturaleza a plenitud, sin embargo, dentro del silencio, no pude dejar de pensar en todas las casas que ya no existían; transformadas en altos edificios, improvisados comercios; los rostros de mucha gente, ahora dispersos por toda la tierra. Caminar solo, por esos predios que tanto conocía era algo sumamente íntimo. Me gustaba meditar esos domingos por la mañana; para mí era fácil, esa cuadra donde tanto corrí, jugué, jodí, en fin era como un patio. Y todo ese bloque de hormigón me daba la facilidad de reflexionar y ver la vida de otro ángulo, refrescando la mente y el alma.
Mi paz se interrumpió cuando pasaba por la casa de Doña Lourdes - que por cierto es de las pocas que han permanecido intactas - aquella mujer que solía volverse loca cuando mis amigos del barrio y yo nos trepábamos por sus altos muros a comernos sus mangos, sus almendras, aquellas guayabas que a mi mama tanto le encantaban; curiosear dentro de su imponente jardín, donde allí escondido, había un estanque lleno de peces exóticos de muchísimos colores. Doña Lourdes tenía varios Cocker Spaniels - mi perro favorito, sin embargo, antes de que existiera la plaga de guardianes privados que existen hoy en día, ella y su difunto marido Don Pitín contrataron los servicios de un pastor alemán gris que parecía un lobo feroz. Se llamaba Sansón. Cuando pase por su verja, pude ver el mismo carro de hacia treinta años estacionado en su marquesina y seguro un ancestro de la bestia hizo mis tímpanos vibrar por su alto ladrido. Rápidamente empecé a correr. Siempre me pasaba, encontré el silencio, me detuve, recuperando aire ví un pedazo de la acera rota que daba la ilusión de un Iceberg de hielo; cuando niño era mi tramo preferido montando mi bicicleta, por ese pico de concreto saltaba con mucha agilidad hasta que un día mi pie resbaló de un pedal, golpeándome durísimo debajo de la rodilla. El pastor alemán volvió a ladrar insaciablemente. De pronto vî un vehículo de cuatro puertas azul oscuro atropellar a un perrito, el carro siguió, dejándolo gritando de dolor junto a los ladrillos del pastor. Yo por supuesto me había asustado y la pena que sentí por el pobrecillo me cautivó. Apresuré, encontrándolo con sus ojos bien abiertos; estaba sangrando por varias partes de su cuerpo. Era un perro de raza, no un vagabundo; pude notar que era amado por su amo; estaba oloroso a champú y bien peinado. El pastor alemán seguía ladrando aun con más fuerzas, alcé la mirada.
— ¡Cállate ya, viejo gruñón!
Y el pastor alemán hizo silencio sentándose como preocupado por el pequeño perro. — ¿Por qué te ha pasado esto amiguito? Le pregunté, mirando sus ojos que parecían espejos redondos. Obedeciendo mis instintos lo cargué, llenándome de sangre y corrí con él hasta mi carro que estaba estacionado no muy lejos frente a la casa que una vez viví. Cada cierto tiempo la veía más pequeña, y el patio del frente, donde todas las tardes vestido de beisbolista solía jugar – ahora es un piso de concreto. Pero no tenia tiempo para tanta nostalgia, con cuidado lo dejé en la grama entre la alcantarilla y el concreto de la acera. Enseguida, busqué en el baúl del carro una lanilla vieja y la puse sobre el sillón trasero, “Quizás no me haga un tollo mi paciente perro” pensé. Cuando lo recosté sobre ella escuché el sonido de su placa que estaba sujetada en su collar, descansando dentro de su larga capa negra. Decía “Rufo – 565-6325". Enseguida cerré la puerta y me monté, conduciendo velozmente hacia una clínica veterinaria. Mi celular estaba escondido debajo de mi asiento. Pensé que era importante llamar al amo del perro e informarle lo ocurrido, tal vez quiera que lo lleve a alguna clínica específica. Con el espejo retrovisor lo observé y le dije “Es un milagro que estés ahí sentado amigo, pero no te preocupes”. En el semáforo me di la vuelta hacia él y marque el número de teléfono escrito en la placa.
Una linda y tierna voz contestó.
— ¿Hola?
— Buenos días. ¿Es usted la dueña de Rufo?
— Siii. ¿Ha pasado algo?
— Si aquí lo tengo.
— ¿Qué? Dígame. ¿Por qué?
— Bueno …me da pena decirlo…
— ¿Qué? ¿Qué paso?
— Su perro lo atropelló un carro y está muy herido. Hay que llevarlo a una clínica. ¿Tiene usted una específica?
— ¡Que! ¡Que! No puede ser. Si….llévalo a la Clínica Arroyo Hondo. ¿Sabe donde esta?
— Si claro…enseguida lo llevo.
— Muchas gracias señor. Salgo lo antes posible.
— Sí como no.
El perro lloraba de dolor y aceleré la marcha. Casi chocando con un sin números de anormales taxistas clandestinos, abusadores - de seguro la palabra “cortesía” no existe en su vocabulario y más cuando en este caso yo andaba con las luces intermitentes, con una cara de loco, obviamente bajo tremenda emergencia. Y me vino a la mente todos los perros muertos que se ven a diario por toda esta ciudad, como si afuera en la atmósfera el aire estuviera contaminado y los animales caen asfixiados. ¡No!: el caso es que hay mucha gente sin ningún tipo de educación, civismo y corazón con un volante en las manos. “ ¡Maldita sea! ” grite.
Pues llegué a la clínica e inmediatamente llevé a mi amigo Rufo a las manos de los veterinarios y debo decir lo siguiente: los veterinarios quieren más a los animales que los doctores quieren a los seres humanos. No hay duda. – me senté en el pequeño vestíbulo; pensé que era correcto esperar a la dueña y darle una explicación formal. Bueno, debo admitir que su voz me hizo esperarla, quien sabe si es verdad que las cosas pasan por algo, y el atropello de este pobre animal sea una orden del todo poderoso para que algo bueno me pasara a mí. Pero mi conciencia como siempre me decía “ que idiota eres”.
Me di cuenta que era ella porque entró muy preocupada. Me senté inmediatamente derecho tal vez por lo hermosa que resulto ser. No había dudas que esta mujer adoraba a su perro: andaba con la blusa mal abotonada, con unas pantuflas, sin bolso y sus vaqueros apretados seguro se los ponía los domingos para estar en la casa.
– ¿Usted encontró a Rufo?
– Sí.
– Soy Lucia Barrientos, no sabe lo mucho que le agradezco lo que ha hecho.
– No se preocupe. He tenido perros también. Soy Rodrigo Manzueta. – le dije y proseguí a contarle lo ocurrido pero ella no me dejó y fue en busca de su mascota. “Lo mas seguro tiene como 26 años” pensé y debo admitir que ya en ese momento de la situación me pude ir y seguir con mi vida, sin embargo, sentía compasión por ella y su pobre perro. Me senté otra vez, a darme una sesión de chismes por parte de la joven recepcionista y sus carcajadas que por cierto, me daban ganas de mandarla a callar. Me puse de pie, un poco irritado y entré a la pequeña tienda a pasar el tiempo, pensando que tremendo negocio era la bendita clínica. Después de un rato salió Lucia del consultorio.
– Que bueno que estas aquí. Quería darte las gracias y decirte que por tí Rufo estará bien. Tiene una pequeña fractura y muchos raspones. Menos mal que es un Cocker y no un Pastor alemán. Se salvó por pequeño.
– Cuanto me alegro. – le dije sonriendo. – Sabes cuando niño yo tenia una perra Cocker igual a Rufo. Un día llegué de la escuela y la encontré arrastrándose por el piso para saludarme. Estaba muy enferma, se había quedado paralítica de sus patas traseras o algo así. Mis padres la pusieron a dormir. No pude hacer nada por ella, pero si por Rufo ¿Eh? ….. bueno me despido y cualquier cosa ya tienes mi numero en tu móvil.
– Si así es. Gracias Rodrigo. Me dijo también sonriente y muy agradecida.
– Fue un verdadero placer, hasta la vista entonces. – y así había terminado mi labor de héroe. Salí lleno de brío, volviendo a respirar la paz de un domingo tranquilo. Abrí la puerta trasera de mi carro, saqué la lanilla ensangrentada y la fuí a tirar al basurero no muy lejano. Cuando me di la vuelta, un vehículo azul de cuatro puertas se estacionó al lado del mío. Inmediatamente me detuve. Un hombre se desmontó con cadencia, y antes de entrar revisó la parte delantera como si algo allí estuviera sucio. “Hijo de puta” pensé. Dejé que entrara, me monte en mí vehiculo y empecé a marcar el número de Lucia.
– Hola Rodrigo, ¿pasa algo?
– Lucia. Dime algo. ¿Conoces al hombre que acaba de entrar a la clinica?
– Pues sí, ¿cómo lo sabes? Es mi novio.
– Te voy a preguntar algo y quiero que seas honesta conmigo Lucia.
– ¿De qué hablas?
– ¿Puedo?
– Esta bien.
– ¿Tu novio se lleva bien con Rufo? ¿Lo aprecia?
– Que es esto.
– Te pregunto porque lo acabo de ver llegar, y estoy casi seguro de que ese es el carro que lo atropelló. ¿Tiene él razón para querer matar a tu perrito?
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