LUNA GRANDE DE ENERO
La tarde del 1 de enero de 1822 el ruido de un coche a toda prisa alboroto las silenciosas calles del pueblo en búsqueda del doctor de la plaza, los caballos encabritados relinchaban sin compasión de la gente oyéndoseles en todo el pueblo como un miedo generalizado del mas allá. Estaban heridos y el cochero sangraba profusamente de una pierna amarrada fuertemente para detener la hemorragia, el pañuelo estaba ensopado de rojo. Todos los pobladores salieron de sus casas intrigados por el bullicio, algunos hombres prestaron su ayuda, necesaria para los recién llegados. Dentro del coche se divisaba un bulto como si fuese una persona, y efectivamente lo era, fue introducido inmediatamente al consultorio envuelto en una manta embadurnada de la sangre más oscura junto al chofer herido, estaba inconciente. Algunos pobladores llevaron agua y limpiaron las heridas de los caballos y las mujeres supersticiosas les dieron yerbas de culto para el susto.
Toda mirada se posó en el cerrado consultorio del doctor. Había avidez de información, querían saber que ocurría.
A los veinte minutos se oyó un grito espantoso que estremeció a medio mundo, provino del consultorio. Parecía estarse librando una batalla allí dentro, o quizá solo era el quejido de los heridos al ser sometidos por el doctor a las curaciones de rutina con alcohol y desinfectantes y agujas para suturar.
Una misteriosa silueta recién llegada se posó frente a la multitud. Era la mujer a quien los niños y adultos llamaban “la loca viajera”. Dijo saberlo todo y al instante recobró la más absoluta atención de los hombres y mujeres como en sus mejores años, cuando fue reina de belleza a sus 17 primaveras. Sucesos que nadie conocía. Le pasaron por alto su condición de chiflada para conocer los detalles que tanto querían. Estaba envuelta en harapos, llevaba un vestido de flores primaverales y un costal lleno de quien sabe que, su cabellera largísima y negra impedía ver su rostro plomizo por la mugre, sus pies descalzos tenían dos suelas naturales de barro debido a su ir y venir de pueblo en pueblo, sus ojos brillaban como dos brasas ardientes en la noche y su voz aguda se oía estridente y misteriosa. Quedaron incrédulos con lo que dijo:
- Es graaande, como un perro cruzado, es un perro, si, un perro, que digo perro, no, no es perro…es un mono trompudo, si, era un mono, que digo mono, era mas feo… Se los comió- dijo arrodillándose y haciendo un gesto de reclamo al cielo - No dejó siquiera que los entierre como diosito manda, se los comió enteritos, a mis hijos, no me dejó ni un huesito pa guardar ¡Malvado! – sollozó y luego agregó furiosamente:
– ¡Le a mordido al hombre de la manta y al cochero y rasguñado a los caballos con sus garritas! que digo garritas, ¡serán garrotas! ¡¡garrototas!!
En aquel momento quisieron reírse de ella, quisieron insultarla y largarla del pueblo para siempre, cuando se disponían a callarla, habló con una resolución, y una llama furiosa en los ojos tal, que los obligó a retroceder.
-Vean la luna. Sus hijos despertaran en cualquier instante y nadie quedara con vida, he visto a los heridos transformarse pues el estigma queda en la sangre. Sus aullidos se oirán hasta el amanecer y los gritos despavoridos de ustedes se extinguirán bajo la luna llena majestuosa. ¿Qué no la ven? Empieza a brillar ahora mismo sobre sus cabezas. Ya lo he visto todo.
-¡De que hablas vieja loca! – grito alguien, encolerizado
-¡Del licántropo! de quien mas ¡Ahora son tres! ¡Debieron matar a los recién llegados!
Las nubes negras se abrieron de par en par dejando imponente la luna hinchada e inmensa y no tardaron en oírse los aullidos por todo el pueblo. Empezando por el consultorio de donde aparecieron dos hombres lobo hambrientos y enormes.
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