ESTIMADOS COMPAÑEROS

Estimados compañeros, a continuación paso a relatar un hecho que, aunque a vosotros os pueda parecer algo simple y cotidiano, a mí me dio mucho que pensar.
Estas fiestas, como no tenía nada más importante que hacer, ya que debido a problemas familiares no puedo irme a ningún sitio, decidí dar un paseo por la ciudad.
Vagando estaba cuando, sin darle mucha importancia, le di una patada a un papel. El mismo se me delató de un color muy significativo, y totalmente diferenciado de la demás basura que suele poblar nuestras sufridas aceras. Ese color azul es sin duda sinónimo de poder comprar algo. Actué rápidamente y, en un movimiento que ni el mejor de los felinos hubiera podido hacer, me lo llevé a mi estimada y escueta billetera, pero entonces ahí estaba el problema. ¿Qué podría hacer con semejante regalo de la diosa fortuna?
Seguí paseando y cavilando, lograría comprarme una revista, un cómic, ver alguna peli, darme un pequeño capricho. O quizás en un arrebato de misericordia, acudiría al cepillo de la catedral, depositándolo como ofrenda hacia algún santo que, con un ruego añadido, me concedería el mismo.
En estos pensamientos andaba yo cuando a lo lejos diviso un letrero luminoso que pedía a gritos mi total atención.
Al entrar en el establecimiento no sé cómo, pero sabía exactamente las palabras adecuadas a decir.
—¡Por favor! Un café y un paquete de rubio.

FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS

Todas las obras están registradas.

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