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Ghi miraba el rostro reflejado en el espejo; de ojos verdes, mirada áspera, cabello largo y una tupida barba castaña. Actualmente era muy raro ver hombres con barba, de hecho, era extraño encontrar hombres con más cabello que un peluquín. Y no por nada, hacía mucho que el cabello no servía de nada, así que la naturaleza sabiamente lo había eliminado. Y luego, para los genes que aún se resistían, había otros problemas; El cuidado del cabello era extraordinariamente costoso, debido a la escasez de agua. Así que era una cosa que solo podía verse en cabezas de personas primitivas y adineradas. Y Ghi era ambas cosas.
Miraba complacido su rostro, pasando su mano sobre sus bigotes y deslizándola hasta su barba. Algunas personas lo miraban como a un monstruo; pero él era feliz con su condición, que debía a la herencia genética de su padre, quién era un «abducido», como solían llamarlos. Es decir, un hombre que extraían de algún universo paralelo para realizar ciertas tareas específicas, difíciles de realizar para los hombres de su época. Los abducidos eran enormes, en comparación con la mayoría de los hombres de su época. Casi ninguno rebasaba el metro setenta de estatura, y ellos, muchas veces superaban el metro ochenta, o tenían una fuerza corporal inalcanzable para la mayoría de los hombres.
Miró tras de sí, buscando la cama en el espejo, y la vio allí. Tih aún dormía, su esbelta figura estaba cubierta por una delgada sabana que cambiaba de color lentamente, ahora tenía un suave color azul y dentro de poco tiempo cambiaría a rosa. Al parecer Tih notó la mirada de Ghi y con esto se despertó, lo miró con sus enormes ojos grises, sonrío y se volteó de espaldas. Ghi no podía quitarle ahora los ojos de encima, lo tenía completamente hipnotizado. Él no entendía aún, por qué, de todo el enorme catálogo de hombres que ella tenía a su disposición; entre los que se encontraban algunos de gran atractivo y con mucha más solvencia económica, lo escogía a él. Claro que no siempre resultaba así. Muchas veces Tih desaparecía por meses enteros, seguramente en brazos de algún muchacho, y si Ghi no se disponía a buscarla, ella no lo buscaría a él. Pero en cuanto Ghi se comunicaba con ella, a los pocos minutos la tenía en su casa, a su completa disposición.
En noches como la anterior, en las que había celebraciones importantes como el Magnefesíe, ella lo buscaba, no quería pasar las fechas importantes con nadie más que con él. Y esto a él le confundía un poco, pero al final, le venía importando un comino; lo que le importaba es que ahora ella estaba allí, desnuda sobre su cama, con una suave sábana morada encima, y estaba feliz.
Se levantó de la cómoda, y el espejo se apagó. Se acercó a la cama, y recargó su cabeza sobre la cintura de Tih, quien lo miró de reojo con una sonrisa hacía sus adentros y comenzó a acariciar sus cabellos. A ella le gustaban la barba, el cabello y los vellos de su cuerpo, le gustaba eso de Ghi, o eso quería creer él.
Una hora más tarde, se encontraban los dos sentados a la mesa del desayunador, esperando que el cocinero automático les terminara de servir el desayuno. Se miraban mutuamente, como se miran dos extraños. Siempre había algo nuevo que descubrir en sus rostros, siempre había alguna sorpresa –Sigues creciendo –dijo Tih. Él la miró con el ceño fruncido. –A mis 32 años eso es imposible –Le contestó. –No creo, recuerdo que cuando era pequeña, tenía un maestro de Cuparp que no había dejado de crecer hasta los 45, era enorme, y lo más extraño es que no era abducido, y no tampoco parecía tener ascendencia como tú. –Tih, sabes que hay algunas enfermedades genéticas que aún no se erradican ¿A esa edad dejó de crecer así nada más o lo intervinieron médicamente? – Preguntó Ghi, mirándola con los ojos muy abiertos –No, ninguna de las dos. A esa edad murió él. – ¿y de qué murió? –Creo que se le detuvo el corazón y no pudieron hacer nada. Pero no estoy segura, para ese entonces, él había regresado a su país –¿Qué país? –No sé, alguno de los países del sur. La verdad no me acuerdo, se llamaba Mahg Bih 640, suena a nombre de sureño. –Puede ser, la medicina allí no es muy buena. Yo tengo un conocido que vivía en Ruteca y se murió por un mal transplante ocular, al parecer, crecieron bacterias en sus ojos y eso lo mató. Mi padre me contó que en su tiempo la gente no se moría por las cosas de ahora, y que lo que ahora se cura fácil, en su época era mortal. – ¿Cómo está él? –- Él, está bien, hace unos días lo llevaron a prisión por que un grupo de abducidos se escapó del centro de habitación y creyeron que él era uno de ellos. Cuando descubrieron que no, se llevaron una gran y desagradable sorpresa, expulsaron a dos de los hombres que le habían detenido, por que ni siquiera habían tratado de identificarlo con el iriscanner.
(continúa)

Texto agregado el 04-04-2008, y leído por 208 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
13-04-2008 Dejé comentario en el capítulo II. Sofiama
10-04-2008 rRelatas de una forma maravillosa.Todo está en la justa medida,es un placer deslizarse por tus letras,ellas atrapan.Vendré por más. Te doy mis humildes cinco estrellas************* Besos Victoria 6236013
09-04-2008 Ah caray, interesante, voy a buscar la continuación. dinosauro
09-04-2008 hola , si muy bueno felicitac... aunque no es mi genero , me gusto dulakartaud
09-04-2008 oh santo dios es genial te debrias atrever mas a invitar gente. gracias por compartirlo rompiendo_ezquemas
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