La salud del Alto consejero no mejoraba y todos en el hospital se preguntaban cuanto más resistiría, Los pronósticos no eran buenos.
Afuera, una carroza real tirada por doce caballos y custodiada por una decena de soldados de la corona dejó ni más ni menos que a la menor de las siete princesas bilvannas, Candielle Sieberrí Ipsa Sibirián , en las puertas del hospital , tras ella, su dama de compañía le expresaba lo furioso que se pondría su padre al saber que había salido sin permiso, llevándose a una considerable cantidad de soldados consigo en tiempos tan inciertos como los actuales. Pero la joven no le prestó demasiada atención.
Candielle era muy agraciada físicamente, como todas sus hermanas, pero a diferencia de estas, en ella no había una pizca de sensualidad, su atractivo, más bien, era su ternura, calidez y bondad. Usualmente la gente que la veía pasar comentadaza “Dan ganas de que te abrace” y era cierto, a su paso, la gente no sólo se arrodillaba en la usual reverencia real, sino que también exclamaba, “ salve soberana de los abrazos” , Su cabello era dorado y su piel clara, que contrastaba con las brunas tonalidades del resto de su familia, su vestir también era distinto, el color asignado para ella era el naranjo y este dominaba la mayoría de sus ropajes, aunque le encantaba mezclarlo con prendas negras o violetas.
Los soldados de la corona no pudieron oponerse a la encaprichada princesa, quien ingresó sujetando a dos manos su largo vestido para no arrastrarlo por el piso. Le preguntó a la recepcionista por la habitación donde se encontraba Cedrícke Mandrake, la mujer tomó la mano de la princesa y ella misma la llevó.
-¡Querido!- Exclamó Candielle al ver al maltrecho Cedrícke vendado.
-¡Candielle!- respondió sorprendido el joven, totalmente sorprendido.
Hendrícke estaba al tanto de la relación que su primo y la princesa tenían, aunque no sabía que era tan seria. La gran cantidad de curiosos que se aproximó para estar cerca la joven Sibirián, entre ellas, la muchacha que acompañaba a Altabrise, se mezcló entre la gente y contempló a la princesa.
-¿El rey sabe que estás acá?, por supuesto que no –se respondió a si mismo, Cedrícke.
-Está muy preocupado por lo ocurrido, inmediatamente fue a consultar al Oráculo de Crispháteros para saber quien está detrás de esto.
-Es magia poderosa, algún artefacto místico debe estar siendo utilizado, pocos mortales tienen tal capacidad mágica- intervino Hendrícke.
- El domador de bestias- exclamó de entre la gente, la muchacha de piel morena y de ojos violeta.
Todos se quedaron viéndola, por un momento todos en la habitación se quedaron en silencio. Hasta que una anciana de manera algo violenta le preguntó quién era.
- Altagracia- respondió algo más tímida, la joven.
- ¿ Perteneces a los Vespián o a la familia Anari?- preguntó la princesa a la joven, nombrando a dos familia nobles de Bilvannia.
La joven se quedó muy callada y negó solamente con la cabeza.
- ¿Cuál es tu familia?- exclamó nuevamente la anciana esta vez más violentamente, tanto, que la joven Altagracia salió corriendo de aquel pasillo fuera del hospital.
Algunos de los presentes se horrorizaron de que la joven se fuera sin hacerle reverencia a la princesa, pero ni Candielle, ni los Guardianes presentes prestaron atención a aquello. En su mente quedó presente “El domador de bestias” que la muchacha nombró.
Altagracia corrió asustada hasta llegar a la puerta del hospital, el señor Altabrise no le tenía permitido decir su apellido a nadie. Cuando un atento soldado le abrió la puerta sonriente a la joven, no comprendió porque la muchacha comenzó a gritar pavorosamente, se giró para ver que era lo que la chica miraba y vio con horror como un horripílenlo demonio se acercaba velozmente al hospital. Con suma facilidad acabó con siete soldados de la corona y destruyó completamente el carruaje de Candielle. Los gritos, los rugidos del demonio, los rechinar de las espadas y las flechas de las ballestas alertaron a todos.
La gente se agolpó en las ventanas y se empapó del terror, al ver como un demonio predakonnis decapitaba y mutilaba a una decena de soldados sin ninguna dificultad.
Candielle sujetó fuertemente la mano de su amado. El miedo se respiraba en todos lados, aún más cuando se oyó como el demonio rasgaba los muros del hospital.
Hendrícke y los demás sabían que tendrían que luchar, al fin y al cabo esa era la misión de los Guardianes, proteger al reino aún a costa de la propia vida.
Desde toda la ciudad se podía apreciar la humareda que las flechas con fuego de los soldados provocaban, una centena de soldados se aproximaban al hospital completamente armados y excepcionalmente, el consejo mandó a llamar a dos nuevos guardianes para acabar con la nueva amenaza.
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