DIOS TE AYUDE
Pequeño y humilde homenaje a los niños culpables de haber nacido pobres.
Marcelito de 8 años, pide monedas en una esquina del centro de Montevideo, lo ùnico que puede ofrecer a los nerviosos conductores, que esperan el cambio de luz en el semàforo, son unos torpes movimientos con una pelotita, que la mayoria de las veces, cae de sus pequeñas manos.
Marcelito no va a la escuela, no conoce a su padre, en lo que podrìamos llamar su casa, no hay agua, ni luz, y la mayorìa de los dìas ni siquiera comida.
No hay tarea, ni desayunos en familia, ni rezos antes de acostarse.
No hay reyes magos, ni santa claus, ni boletìn de calificaciones.
En su vida no existen traumas por divorcios, o peleas de padres que se disputan su tenencia,
ni malos ejemplos de violencia en la televisiòn.
Marcelito no paga impuestos, ni los pagarà nunca, no tendrà que preocuparse por la suba del petròleo o la caìda de las bolsas.
Marcelito no tendrà que ir nunca al sicòlogo, o a confesar sus pecados en el pùlpito de algùn sacerdote. No estarà nunca en una estadìstica, ni recibirà nunca una medalla de graduaciòn.
Mientras esperaba, Juan pensaba que Marcelito se parecìa mucho fisicamente a su hijo, y no pudo contener el deseo de darle unas monedas, bajò el vidrio de su auto y le puso algunos en la manito pequeña que se alargaba hacia èl.
Una sonrisa y un - "Dios lo bendiga señor" fue su forma de agradecerle.
Que Dios te ayude niño, aunque creo que no pasarà por aca muy seguido- fue la respuesta de Juan.
La luz del semàforo se puso verde, y aùn la mirada de Marcelito taladraba la conciencia de Juan,, pero los bocinazos de la larga fila de autos que habìan detràs de èl, lo hicieron reaccionar, y se puso en marcha.
¿Si fuera mi hijo este niño, alguien se preocuparìa por èl? pensò.
Cuando llegò a la casa, Juan estaba mas tranquilo, por un momento le hizo temblar la idea de que su hijo pudiera estar en la situaciòn de aquel niño, pero eso era imposible, su hijo habìa nacido en otra realidad y su futuro serìa muy distinto.
Durante mucho tiempo luchò por borrar aquella carita de su mente, y sentirse màs aliviado pensando que tal vez, en ese momento Marcelito ya fuera un delincuente y que por lo tanto ya no era digno de làstima, sino de desprecio.
Hay millones de Marcelitos en el mundo, algunos no llegan ni siquiera al año de vida, son parte de la estadìstica que nos dice que sesenta mil niños menores de un año mueren en el tercer mundo, por desnutriciòn y enfermedades totalmente combatibles, otros logran sobrevivir y pasan en su mayorìa a pertenecer a otra estadìstica, a la de los delincuentes, no sin antes pasar por la mendicidad, la prostituciòn y la droga.
La manito que nos tienden no es para pedir limosna, es para pedir justicia.
En todos nosotros està el poder comprenderlo.
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