La lluvia, Julián, ha propiciado esta tarde. De ella no sé decir más de lo que en lo seguido dirán mis manos. ¿Qué motivó todo esto? Muchas son las respuestas, pero me inclino ante ésta: verle hoy tan contento y tan entregado a esa alegría de la que nada sé.
Como hemos dicho, en la tarde, el tiempo pasa, y pasa incesante, y así ha sido hoy también. He recordado junto a Ud. el día en que nos conocimos ¿creerá que hacía mucho tiempo no pensaba en aquel día? Lo recuerdo más o menos bien. Pero quizá ya no con tantos detalles como desearía recordar algo que yo llamo memorable: Posgrados es un buen lugar. Yo, particularmente, amo sus ladrillos amarillos y sus fríos corredores. Hablar de un edificio no es precisamente lo que quiero hacer ahora; pero se hace preciso: en él fue donde sucedió eso que llamo un momento memorable; fue allí donde le conocí a Ud. si se preguntase sobre lo memorable de aquel hecho le respondería lo siguiente: “Ud. me cae bien”, aunque ello sea insuficiente y no alcance a abarcar todo cuanto me hace considerar un momento como aquél, memorable. Ud. me cae bien, eso es cierto, pero no es suficiente ni es toda la verdad… Más allá hay tanto que difícilmente alcanzaría a escribirlo y a describirlo. –se preguntará de qué hablo- Tan diferentes, Julián, pueden ser las personas como el aire y el fuego: si el viento sopla demasiado fuerte el fuego se apaga; pero si el viento es propicio, el fuego puede crecer hasta convertirse en un incendio que consuma cuanto toque…
A veces Ud. se me parece al viento…
Y hoy sopló tan propicio que a esta hora de la noche el fuego aún arde… fue tan propicio el viento que a pesar de la lluvia permaneció ardiendo largamente. Pero no siempre es así. Sé que jamás hay un día igual a otro. Este, especialmente, fue diferente a todos, y como el día en que lo conocí, es también un día memorable.
Jamás había, hasta hoy, visto en su sonrisa tan claros signos de una tan vívida emoción. Ignoro de ella el motivo; más aún, ignoro el por qué haya hoy pasado conmigo tiempo como ese tan prolongado; teniendo en cuenta que lo que siempre hay son palabras que no sobrepasan el “Hola” y el “Adiós”… Me siento afortunado, sean cuales fueren las razones para que estuviera junto a mí en la cafetería de Humanas todo el tiempo que permanecimos allí.
(Su compañía me resulta grata, algo que podría llamar un inusual placer.)
El viento, Julián, mueve los árboles y da forma a las nubes ¿se ha detenido alguna vez a contemplar la inconstancia del cielo? Una tarde sin viento no es una tarde… ¡cuán aburridos serían los árboles sin el viento que los mece, sin el viento que a su paso les arranca el ramaje y deja desnudos, preparados, para una nueva estación! ¿ ha imaginado la tarde sin el viento?
El viento… hace falta sólo cerrar los ojos para sentir su mano pasajera… Talvez se necesite de oídos para escuchar su canto adentrándose en una casa abandonada o dejando la afilada esquina de una calle solitaria.
¿Ha imaginado, Julián, una tarde sin viento?
Los niños juegan siempre en algún parque olvidado con el viento. Mariposas policromas vuelan junto a ellos y con ellos son felices. ¿Ha visto cuán felices son las mariposas con el viento?
Se mueven en el aire las cometas con el viento…
La cara de un niño se vuelve risa en el viento…
Y tan divertido es ver correr a un anciano tras su sombrero en una tarde de agosto…
Julián, no tengo derecho de usar su nombre; y para hablarle de estas cosas ninguna libertad. Pero escribir es para mí es volver físico un dolor del alma que tremula dentro de mí, algo es ello de lo que Ud. mismo me ha hablado. No me asiste derecho alguno pero me he ya tomado la libertad de hacerlo: mire hacia atrás, lea otra vez las primeras líneas de esto y verá que a poco y empiezo escribiendo su nombre.
La lluvia de un fatídico viernes propició nacieran de Ud. las palabras y de mí las preguntas. Jamás la tarde me resultó tan extraña. Quizá se deba a que no era tan tarde como parecía. Quizá se deba, Julián, a que no es tan tarde como parece a veces.
No querría yo hablarle de la vida ¿Qué sé yo de la vida? Lo mismo que un ciego. ¿Qué le diré entonces de la vida? Que pasa… Que pasa como el viento… Que transcurre como el día… Que es un bus en hora pico al que todos quieren subir; pero que uno que a no todos puede llevar. Eso, Julián, es para mí la vida. Y le hablo de ello porque en alguna esquina de este ancho mundo tomamos un día el mismo bus. Quizá yo, lo sé muy bien, antes que Ud., mucho antes, y recorrí muchas más calles de las que hasta ahora Ud. ha recorrido. Pero es al fin y al cabo el mismo bus –creo que uno de esos que dicen “1000”- y dentro de ese bus, Julián, en un sacudón de aquél, se vieron por primera vez nuestras caras.
(Ve uno todos los días gente nueva en ese bus.)
Quizá he desviado el propósito de esto que no sé qué es. Creo, releyendo, era hablar sobre su alegría del viernes. Sé que no permaneció como tal, que se convirtió en otra cosa; por eso quizá ya no tiene sentido hablar de ella; mas no olvide, Julián, que de eso que tan fácilmente murió, nació todo esto, nació todo esto que ahora lee y pienso.
No sé de sus tristezas. De lo que lo hace llorar nada sé. Son esos lugares que aún mi mano no ha horadado. Pienso sea por falta de tiempo, o sólo por falta de interés, no mío, esté claro, sino de alguna fuerza que desconozco (su voluntad, podría ser). Imagino son demasiado profundos los lugares donde sus tristezas descansan; por eso, con la vista puesta sobre su sonrisa le hablo este día a lo largo de tantas palabras que quizá el viento se lleve.
Siendo, Julián, que nada sé de su tristeza y de aquello que lo hace llorar, le hablo de su sonrisa que tanto me ha hecho pensar.
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