La mira una y otra vez. A veces ha de apartar la mirada. Más que una fotografía, parece un puñal de afilado acero. Siente que se le clava removiéndole las entrañas, y piensa; ¡malditos recuerdos! No consigue entender como le llegó de esa manera el desastre. Todo parecía estar bien. Todo en su lugar. Y de repente un día la ve saliendo de un restaurante de la mano de otro hombre. Ahora es cuando entiende que no tenía nada. Para ella sólo fueron diez años de matrimonio que no le importaron en absoluto. Y para él, son tres años que pasó esperándola. Sin poder evitarlo, su pensamiento viaja al pasado y los recuerdos le llueven como una de esas frías y plomizas lluvias de invierno. Los románticos paseos por la playa en las noches de primavera. Los besos furtivos en algún portal a oscuras. La pasión y el desenfreno de algunas tardes de domingo en la habitación de uno de esos hoteles para la ocasión. Los “te amo” susurrados al oído. La ilusión por tenerla junto a él para siempre. Las promesas nunca cumplidas de ella. Y ahora ya no le queda nada. Después de tres años sabe con certeza que ella nunca abandonará al hombre que la tomaba de su mano. Sabe que ella nunca abandonará a su marido.