Cosas de la patada.
Por Luís M. Villegas.
No exento de íntima vergüenza, me confieso disfrazado, talvez como en estrategia de supervivencia en nuestro México futbolero, como un villamelón que le va al América desde que jugaba Camacho en la portería. Sé de mi condición, pues la última derrota ante los tiburones no me ha afectado mayormente y como buen veracruzano me dio gusto, ya que nos hacia falta para fortalecer nuestro imaginario colectivo y también las finanzas del club, que como todos se mantiene de los recursos que se generan por el espectáculo y su comercialización. Los niños son particularmente fanáticos de los colores de los clubes y sus ídolos son los jugadores estrella que semana a semana son endiosados por los comentarios y gritos de locutores exagerados como el “Perro” Bermúdez, que aunque antipático, resulta casi imprescindible en la narración a veces inaudita de jugadas inexistentes por parte de los jugadores que hacen su lucha y aparte deben soportar los nombretes que les endilga y que todos religiosamente aceptamos y repetimos, colgándoselos como un sambenito eterno. En esto, como comúnmente pasa, los hijos heredan el gusto por la profesión de sus padres y desarrollan las habilidades necesarias para ser las nuevas estrellas, apropiándose por herencia además los apodos paternos, condenando seguramente a la generación siguiente a ser conocidos en el kinder como “fusilero” ó “matador” en una espiral infinita. Esta característica de lo familiar del espectáculo llega a las graderías de los estadios, en donde he atestiguado con asombro como familias enteras lucen el uniforme de su equipo; desde el padre que viene con el saco abierto y la camisa desabotonada con la playera deportiva de fondo, pasando por la señora encamisetada y los niños sin distinción de sexo perfectamente uniformados y ¡hasta el bebé! que luce gorro deportivo y pañales desechables con el logo del equipo. No se le ocurra celebrar un gol del equipo contrario ¡se arriesga a ser linchado! Nos sucedió en el Azteca en un América vs. Necaxa cuando uno de mis hijos celebró el gol de los rayados ante la indignación de los vecinos que pedían nos retiráramos sin entender que en mi familia atípica pudieran existir disidentes que le fueran a otro equipo. No se diga de quienes lo vemos por televisión, en el bar o ya de perdida en casa, lo que convertimos en un gran pretexto para degustar con familia y amigotes, exquisitas botanas, comidas pesadas y por supuesto consumir grandes cantidades de imprescindible cerveza que resulta curiosamente, uno de los principales patrocinadores de las transmisiones.
Nadie ignora que detrás de todo, existe un gran negocio, donde los equipos otrora rivales irreconciliables, han devenido a pertenecer a grupos de empresarios y a los dueños de las televisoras quienes a modo de un negocio judío, se hacen a veces la competencia a sí mismos, anteponiendo la obtención de ganancias a lo deportivo. Lo que usted debe conocer es que los equipos a menudo son soportados con impuestos que los corporativos aplican al futbol, es decir con dinero del pueblo que ellos descargan de sus responsabilidades fiscales para promover mas negocios y con ello mas utilidades; la ley lo permite. Por ello es que ante la debacle sufrida por la selección olímpica al quedar fuera de la competencia y ocasionarnos una desilusión a sus seguidores, que decir de los negocios que se dejaron de hacer- los que en nada nos iban a beneficiar- mas que a sus dueños y patrocinadores que ya se relamían los bigotes, soñándose en el Yang-tse-kiang junto con sus locutores, reporteras, cómicos, técnicos, staff que se deberán contentar con comerse un Chow–mein en la calle de Dolores, en el bonito centro del D.F.
Como buenos Nahuas, se reunieron los dueños de los equipos de futbol, descendiendo prepotentes de sus helicópteros, para decidir sobre el destino del Director Técnico de la perdidosa selección MEXICANA, el llamado pentapichichi Hugo Sánchez Márquez, chivo expiatorio del caso, al cual no le valió su arrogancia ante la decisión de los que hicieron rodar su cabeza, pretendiendo lavar con su sangre la afrenta cometida, no contra la afición que se debe conformar con los jugadores extranjeros que por cientos encuentran su paraíso en nuestro país, si con las pérdidas reales y las ganancias soñadas que se les escaparon por no haber podido llegar a Pekín, que no Beijing, como dicen los locutores afectados que se han tenido que quedar en casa. Usted, no se aflija, al fin que el futbol solo es un negocio al que tenemos que tenderle un velo, parecido al de Santaclós o al de los Santos Reyes, para que los niños no pierdan su ilusión.
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