A mi tía Meneca, le gustaban demasiado los hombres como para eternizarse con uno solo. Era habitual, verla atraída y encantada con algún nuevo ejemplar masculino. Su debilidad, eran esos bizarros, audaces y mujeriegos que corrientemente se cruzaban en su vida. Allí se iniciaba inmediatamente un juego de seducción y conquista, para el cual, mi tía se encontraba totalmente capacitada para jugar todo lo fuerte que haga falta. Le resultaba imposible contener la mina ganadora que llevaba dentro. Si hasta daba placer verla actuar frente a su futura presa. Se le paraba cerca, bien cerca, con una postura ciertamente imponente debido a su altura, su encrespado cabello azabache, sus bellísimos ojos verdes y una figura ideal para el mas excitante sueño de cualquier hombre. Inmediatamente, comenzaban las miradas encubridoras y atrevidas, las palabras furtivas e insinuantes y las cómplices carcajadas de los que se saben picaros.
Entre sus conquistas, recuerdo especialmente, a empresarios, camioneros, fotógrafos, periodistas, cantores de tangos, escritores, un boy scoust, un representante de modelos y principalmente a un novelesco señor español. Un sentimental, un sensible que pretendió imponer el romanticismo. Situación que confundió durante un tiempo a mi tía, provocándole varios disgustos con mi tío Fermín, su marido, si damas y caballeros, su marido, porque mi tía Meneca, estaba casada desde hace tiempo con este peculiar caballero. Hombre tan culto y refinado como despreocupado y despistado.
Un día, ofendidos, abandonaron el barrio, según ellos, por las infundadas habladurías de algunos parientes. Nunca se supo bien donde fueron a parar provocando en mi una inmensa tristeza. Creo, que mi tía Meneca, fue el amor de mi vida. Fue ella la dueña de mis primeras y ultimas fantasías sexuales. De niño solía alimentarlas al abrazarme, besándome en la mejilla y guiñándome un ojo al ir a acostarme. Ella sabía perfectamente que haría yo en mi cuarto. También sabía todo lo que la desee durante tantos años. Como así también que me hubiera encantado envejecer a su lado.
El tiempo fue pasando y supe muy poco de ellos. Mi tío Fermín, tuvo un rapto de vigilancia y la abandonó para juntarse con una catequista. A mi tía, alguien la vio conversando con un joven que se deslizaba con una patineta y se acerco hasta su automóvil para conquistarla. Dicen que la postura ya no era imponente, dicen que sonreía, pero que ya no eran carcajadas y también dicen que desde el asiento trasero, sus nietos le reclamaban atención.