La primera vez que ti vi clave tu pupila en mi pupila como un libro que franco y puro bate sus alas a la suave y dulce brisa. Esa brisa me pareció notarla que cálida y amable me invadía lenta y con firmeza hasta de ti llenarme.

La amistad no tardó en nacer y se hizo fuerte en mi corazón tu angelical y dulce imagen, protegiéndose con inquebrantables murallas de afecto, sinceridad y cariño.

Mi mente y mi corazón controlas a tu voluntad y a fe mía que la última palabra que mis labios susurran cada noche es tu nombre.

Ahora, aquí, tumbada en mi cama, cuando ya las estrellas bailan al son que marca la luna, mientras mi mente combate contra el corazón en una batalla perdida donde el premio es conciliar el sueño, me aferro a tu imagen mil veces recreada en mi mente en un desesperado intento para que el llanto no acuda a nublar mis pupilas.

Te recuerdo; siempre alegre, feliz, risueño. Tan solo triste cuando tus labios pronuncian mi nombre. Al hacerlo, pierdes la luz de tu sonrisa, la incesante chispa de tus profundos ojos, y tu tez se torna oscura e impávida.

Tan solo una cosa me resta por decir; gracias, gracias por ser tu.