| Hace tiempo que he muerto, mujer,pero cuando leas este texto
 cuida tus senos de mis manos y labios,
 no dejes que tus pezones suban a deletrear
 las sílabas que los llaman a las llamas.
 
 Cuando me leas
 cubre tu boca con la palma de la mano
 porque yo puedo estar
 –registra bien-
 envuelto entre dos párrafos
 o aferrado a la costura de tu libro.
 
 Yo puedo estar andando hecho polilla
 o carcoma insaciable
 esperando el momento entre tu libro.
 
 Puedo estar
 -ponte en guardia-
 en la página 138,
 aguardando a que entres indefensa
 al espasmo muscular de la lectura
 o
 -cuídate más-
 puedo no estar en el libro sino ser él,
 el libro mismo que salta,
 se abre, se mueve
 y se adhiere sobre el vientre
 y te envuelve en sus páginas
 y se agita y se agita
 buscando la caída
 al lugar donde la vid se vuelve vino,
 allí donde no se vende
 sino que se regala la vendimia.
 
 Puedo regresar desde la muerte,
 cocido, encuadernado en papel,
 con hilo, brea y pensamiento
 a las zonas prohibidas
 por prescripciones médicas
 a cultivar tu tierra sin abonos,
 contrario al los mandatos
 de la Secretaría de Agricultura
 y ser viandante eterno en los túneles del tiempo.
 
 Mujer,
 según las estadísticas
 son capullos tus años,
 y ahora cuando lees
 hace generaciones que yo he muerto.
 Es lejano tu tiempo,
 mi esfuerzo ha sido hondo
 para tocarte el rostro con la punta de un verbo.
 Ya no soy poeta o tal vez nunca lo fui,
 o sin talvez,
 pero no te confíes
 de datos científicos
 ni de notas biográficas
 ni de lógica histórica,
 echa al fondo del olvido
 la prueba de los fósiles y el carbono 14,
 y no estés tan segura
 de que ya se ha podrido el brazo izquierdo
 que grabó estas letras en papeles antiguos.
 
 Insisto
 en que no confíes en el pergamino
 ni en la encuadernación de este volumen,
 busca ahora mismo en tu vestido,
 explora tus zapatos,
 cuidado con el frío tibio
 que cosquillea tus piernas,
 cuidado con la brisa
 que desata el cabello
 o el ruidito de huracán en tus oídos,
 o ese vapor de agua
 que te cubre desde el cuello todo el cuerpo,
 cuídate de todo lo que es
 porque es extensa mi forma de no ser,
 aprovecho cualquier fisura de Aristóteles,
 cualquier hueco en la lógica de Hegel
 o un error de Marx
 puede llevarme a tu pecho y envolverte
 en un 21 de diciembre
 o dos o tres
 que ahora estén andando entre silla y cadera.
 
 Es que Althuser me dice que estás lejos,
 lejísimo de acuerdo a los relojes,
 pero yo no creo en la cuerda del reloj
 ni en los axiomas del álgebra
 ni en los dos o tres siglos que se fingen distancia
 ni en la descomposición de los cadáveres
 ni en la soledad de huesos
 ni en la redención de los pecados
 ni en Dante
 ni en Petrarca
 ni en la reencarnación de los muertos
 ni en la vuelta del Señor
 ni en gusanos ni flores sobre tumbas
 ni en cartílagos tragados por el musgo
 ni en la conversión de cuerpos en metales
 ni en líquidos humanos en los laboratorios
 ni en que la sangre huye a la materia.
 
 Mujer,
 en fin de cuentas,
 aunque yerre en los cálculos,
 yo no creo en la muerte,
 sólo creo en el desplazamiento
 de la materia que anda el tiempo
 o
 por lo menos
 no le creo a mi muerte
 por más que se secretee sus cantos tenebrosos,
 apenas me hace llegar hasta la duda,
 y de ahí regreso,
 y esa duda metódica,
 ese cartesiano pienso luego existo
 me permite vivir desde mi oscura lógica,
 cabalgar en una letra castellana
 hasta tu biblioteca
 y acariciar tu piel
 y besarte y ser fauna y flora en cualquier parte del planeta,
 y estar aquí en tu alma,
 estar aquí en tu cuerpo
 soplándote la nariz,
 rozando en papeles la punta de tus dedos y
 tomar agua, libros, estantes,
 mesas, anaqueles, pisos, azulejos
 y a ti misma,
 y entrar una vez más
 en mi secuencia eterna,
 mi entrada y mi salida
 hacia el punto insondable a toda ciencia médica,
 donde muere de sed la matemática,
 centro de la ansiedad y del vacío,
 donde está todo y nada,
 ajeno a toda historia,
 inalcanzable a toda geometría,
 incendio inapagable
 donde la materia hace el amor con el espíritu.
 
 Voy a salir del cuerpo de tu espíritu,
 mujer,
 te dejo sola en tu siglo,
 me marcho hacia el frío incendio,
 al límite sin limites entre el ser y la nada,
 entre la química inorgánica y la orgánica.
 mientras tanto,
 sigue pensando como el mundo
 que yo soy sólo el libro
 en el que late un muerto
 que lucha por vivir y vive en la lectura,
 y si me olvidas,
 volveré a recordarte soy materia,
 volveré a recordar que soy eterno.
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