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Inicio / Cuenteros Locales / franciscoparra / Una tasa de café, dos tostadas con mantequilla, flanes, salames y lenguas

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Por la mierda. Otra vez. Ahí se viene; uno, dos, tres. Toser es lo mejor. Debo toser, para disimular el chirrido de mis tripas. Otra vez suenan. Son las 11 de la mañana y hace más de cuatro horas desayuné una tasa de café y algunas tostadas con margarina pasadas al humo del cigarrillo que mamá fumó al prepararme la merienda. Mierda, no, que no vuelvan a sonar. Siento como bailan en mi interior una serie de cosas que no se que son ni que pretenden. Sólo se que van a sonar. Y estoy en una sala donde hay más de setenta personas en religioso silencio y un maestro que no logro ver, pero si oír su voz amplificada por micrófonos que en este momento de fatiga transmite un mensaje retorcido que no cala en mi memoria. Y mis tripas crujen otra vez. Debo comer urgente. Pero el reloj redondo de aluminio que descansa sobre el pizarrón indica que falta poco más de media hora para el fin de la clase. Mi cara debe estar enrojecida de vergüenza. Porque el rechinar de tripas no pasa inadvertido para nadie que esté sentado a unos dos o tres asientos a mi redonda. Y no pasa por un rechinar de tripas. Pasa por pedos ahogados. Y eso me avergüenza mucho. Mastico un chicle de menta con histeria que ayuda a mi rostro a recuperar sus colores naturalmente anémicos. Pero ese masticar -que sólo es un masticar, sin las consecuencias morfológicas que concatenan a un masticar que no es sólo eso- fomenta las ansias por alimentos, engaña de alguna manera no muy eficaz a mis jugos gástricos que esperan que entre tanto movimiento “allá arriba” llegué a ellos algo de comida. Pero eso no sucede. Entonces las tripas vuelven a sonar, en señal de reclamo. Y me trago el chicle para aplacar sus hambres. Pero no se aplacan y vuelven a protestar estruendosamente, causando un ligero movimiento o tiritón unos centímetros más abajo de mi tetilla izquierda.
A mi lado hay una gorda inmensa que apenas cabe en su asiento-mesa. Escribe con rapidez todo lo que el maestro dice. Pienso que debo conseguirme con ella la materia de hoy. Porque el hambre hace bastante rato no me deja pensar. Pero a estas alturas ni siquiera me deja poner atención a la clase. Y la gorda está muy gorda. Luce un escote más que provocativo. Y me más que provoca a mirar sus senos gigantes paliduchos que por el hambre imagino sabrosos, como un flan de vainilla tibio o una sémola con leche casera, como la que hacía mi abuelo travestido. Sus pezones deben ser grandes, planitos y rosados, como una lámina de salame en tamaño y una de mortadela lisa en color, espesor y textura. Pero en sabor deberían de ser dulces como el caramelo o la miel o el merengue de claras huevos batidas con azúcar. Mierda, otra vez suenan mis tripas. La gorda tetona me mira y yo giro mi cabeza un poco, disimuladamente, evitándola, sin que parezca aquello, sino para que parezca que nunca estuve mirando sus tetas, sino alguna otra cosa. Recuerdo la última vez que comí parrilladas, en el mejor lugar de la ciudad. Me invitó el tío Raúl, que está preso por estupro. Esa vez probé por primera vez las ubres y las criadillas. Las Ubres las encontré asquerosas, amargas, chiclosas. Miro las tetas de la gorda, ahora con asco y ganas de escupirla o vomitarla encima por recordarme a las ubres. “Tapa tu provocación”, pensé en decirle. También probé las criadillas, como dije. Son un manjar, una exquisitez indescriptible con palabras. Pero mirarle los cocos al muchacho que está sentado a mi lado derecho no me apetece. Porque puedo estar hambriento y ser bueno para el mentix y para hacerme pajas con cualquier crema humectante que encuentre por ahí, pero maricón jamás, ni por plata. “A la mierda con tus cocos”, pensé. Pero no porque las ubres sean malas y las criadillas sabrosas, las tetas de la gorda van a ser malas y los cocos del muchacho de mi derecha van a ser sabrosos ¡Por fin me siento un poco coherente! Claro, en los humanos la cosa debe ser distinta. Por eso las tetas de la gorda de seguro son ricas y dulzonas como las imagino, y los cocos del muchacho de mi derecha son agrios, hediondos y peludos, como los míos. Por algo las minas andas escotadas; porque sus tetas son ricas. ¿Acaso algún hombre anda por la vida luciendo sus testículos? Faltan apenas diez minutos para que finalice la clase. La voz del maestro se me hace ininteligible. Los senos de la gorda me vuelven a gustar, porque deben saber muy distinto a los de una vaca, aunque ella igual parece vaca. Debe ser porque es obesa y viste ropas blanquinegras. Pero sus senos se ven ricos y ahora los miro sin ningún pudor, con una morbosidad asquerosa, y ella trata de encontrarme con su mirada, pero antes que eso ocurra reacciono con vehemencia para evitar ser descubierto explícitamente. Porque se que ella sabe que yo se que ella sabe que la miro. Pero la gorda quiere descubrirme in actum, flagrante, porque todavía no se puede convencer que un hombre como yo se fije en una gorda tan gorda como ella. Pero yo no me fijo en ella. Ni en sus tetas. De hecho sus tetotas no me excitan. No me imagino chupándoselas; Me imagino comiéndoselas a mascadas grandes. ¿Y si estuvieran rellenas de chocolate? De chocolate blanco con chips de nueces... Mierda, estoy que la muerdo. Pobre gorda, me tiene ganas y yo sólo me la quiero comer. Ella parece ser romántica o quizás calentona, porque me rozó las canillas con su pantorrilla regordeta como jamón de pierna ahumado. Me excité un poco, lo admito. Pero el hambre mitigaba mi reacción sexual. El hambre me exigía saciarla con la gorda. Faltan sólo tres minutos para que suene el timbre y salir corriendo de la sala a la cafetería, a comprar golosinas. Pero ni yo ni el hambre, que ahora tenía autonomía- queremos otra cosa. Queremos las tetas dulzonas de la gorda. El segundero del reloj se mueve muy lento. No quito la vista de los senos paliduchos rebosantes en el escote negro de la gorda. Y no me queda otra. Si quiero comerlos debo dejar que su mirada busquilla se encuentre con la mía. Debo conquistarla con quijotismo. Primero los besos, después el manjar de sus senos sabrosos. La gorda busca mi mirada que está perdida en su escote. Lo intenta y yo quito mi mirada de sus tetas para posarla en sus ojos delineados a lo bien puta. Me sonríe un poco, coqueta. Su mano con forma de empanada se fija en el lápiz que desde que comencé con este juego no escribe nada. Cree que la amo. Y no la amo. La deseo en mi boca, en pedacitos crudos que bajen por mi esófago hasta saciar mis tripas. Y con lo que pienso mis tripas reaccionan pidiendo comida a gritos. Quiero y debo comerla ahora, ante toda el aula. Ante el maestro que hace las conclusiones de la clase magistral que mi vista nublada por el hambre apenas me permite percibir desde el pizarrón. Ahora falta un minuto y medio para que suene el timbre. Ahora soy yo el que busca la mirada de la gorda. Y la gorda responde con la suya, que es de puta, como dije. Lentamente nos acercamos para besarnos. Es el primer paso. La besuqueo y después me podré comer tranquilamente sus tetas con sabor a sémola con leche. Abro mi boca y la beso. La gorda cerda, puta, obesa, maraca, tan premeditada como yo, tan hambrienta como yo, se devora mi lengua, me la corta y chupa mi sangre incontrolable. Caigo de rodillas al suelo y mientras grito como un loco suena el timbre que da inicio al recreo, algunos no se percatan de lo que sucede. Los que se dan cuenta me auxilian con sus ropas a detener la hemorragia. La gorda llora. Caen las lágrimas por el borde de su boca ensangrentada. La gorda llora porque está arrepentida. Y pide perdón por eso. Pide perdón y explica porqué. Porque durante toda esta hora y toda la hora anterior imaginó el sabor de mi lengua, dulce como los bastoncitos de caramelo que venden en navidad. Porque una vez comió lengua de vacuno y no le gustó. Pero pensó que quizás eso pasaba con las vacas. Seguro mi lengua sabía a algo dulce. Y no se pudo resistir. Quería y debía comer. Porque no había desayunado más que una taza de café y dos tostadas con mantequilla.

Texto agregado el 31-03-2008, y leído por 527 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
21-04-2009 Excelente texto, además de su composición, sobresale el tema y la forma en como lo manejas, sin ataduras. Muchas felicidades. MariucaTorres
11-12-2008 Me encanta el jueguito de perspectivas que ocupaste! Es muy interesante la convergencia del final. Si te interesa, yo estoy escribiendo una novela sobre un mismo acontecimiento, que es contado desde dos pespectivas diferentes y con dos narradores distintos. La gracia está en que el lector debe identificar quién es el personaje que está narrando. Saludos No dejes de escribir. JFer
04-06-2008 bueno elfrancotirador
 
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