RODEADO

“América huele a besos hasta que te encierran en la cárcel”

Decía un colega.

Todos usamos diferentes herramientas para sobrevivir, la de él, la navaja.

Nos conocimos a los veinte años, yo me estaba tomando una copa en un bareto.

Después de charlar, me preguntó si tenía vehiculo, le dije que no.

“¿Qué te parece si nos acercamos en el mío al Cuculuchi?”

Acepté, esperé más de media hora hasta que apareció. Abrí la puerta y al sentarme cientos de cristales se me clavaron en el culo. Deduje al instante que el coche había sido robado. El muy hijo de puta había roto el cristal.

“¡Cierra la puerta!”, gritó y en ése instante en el cual el coche reanudó su marcha sentenció mi destino. Rumbo directo a mi final.

Hoy, en el dos mil ocho, a mis cincuenta y siete años aún recuerdo aquella frase.

“América huele a besos hasta que te encierran en la cárcel”

Recluido en el centro penitenciario Tenerife II, en un monte llamado Esperanza, pienso rodeado de eucaliptos que ya estoy cansado del mismo olor.

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