La apuesta.
Estás tendido en la calzada. Tus ojos buscan un lugar en el horizonte, pero no puedes detenerlos. Se menean de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Sientes que la respiración es más lenta. Sabes que está vivo, pues escucha el murmullo a tú alrededor. La turba se ha aglomerado en torno a ti. Quieres decirle que te ayuden, pero no te salen palabras, sólo articulas los labios. Vuelve a decirle, - Coño, ayúdenme, no me dejen morir -. Nadie te entiende. Escuchas cuando alguien dice que eres un niño. Quiere decirle que eres un hombre, hasta con hijos, aunque sólo tienes 17 años. Pero no puedes menearte. Sientes la espalda húmeda, como si hubiera agua debajo de ti, pero es sangre. Según dabas vueltas en el pavimento, toda la espalda y parte de la cara se te peló. Se te veían los tejidos. Aunque el golpe más peligroso y por donde salía más sangre era en la nuca. Al caer te lo había producido. Por éste te estabas desangrando. Ahora te llegan recuerdos de que fue lo que te sucedió. Mira en retrospectiva y ves a Carlos desafiándote con su pasola. Que la de él corre más que la tuya. Que la tuya no sirve. Que la máquina de la de él es mejor y más potente. Que la tuya, ni él dándote ventaja, le ganaba a la de él. Pero nada de esto te amilanaba. Sentía confianza en tú pasola. A todas las del barrio le habías ganado. Tú pasola estaba preparada para correr a gran velocidad, Carlos sabía esto, pero él había preparado la suya con el Aburrío, el que más sabía preparar los motores para las carreras. Pero nada de esto te intimidaba. Aceptaste la apuesta con mil pesos. Y la pasola para el que ganara. Se colocaron uno al lado del otro. Antonio, el moto concho, anunció la salida. Arrancaron parejos, no había distancia entre uno y otro en los primeros 100 metros. Pero después de aquí, sí, tú máquina respondió. Un cuerpo, dos cuerpos y tres… El perro, un maldito perro. El se atravesó. El golpe fue tan fuerte que a unos 500 metros los gritos del perro se escucharon. Y volaste por los aires como Jack Veneno. Ah… Maldito perro, piensas… pero ya es tarde, perdiste la apuesta, perdiste la vida.
Sandy Valerio. |