Eran las 4 de la mañana, todas las historias comienzan y acaban igual, lo que ayer era optimismo hoy se convierte en pesimismo y esto es lo que debió pensar al acostarse.
Estaba sentada en el asiento de atrás de un taxi, el taxista calvo, con gorra y los ojos negros, desde hace unos días todos me parecen guapos, y me paro a pensar como sería una vida con ellos, no una noche una vida. Y veía los ojos del taxista a través del retrovisor y pensaba en que pensaría el, cual sería su historia y el estaba allí tan solo como yo.
Salí de casa y eran solo las 7 de la tarde, me senté y pensé en lo que me esperaría esta noche, estaba allí como cada día la esperanza de que algo pasara, agarré el volante y arranque como si estuviera sentado en un BMV blanco, en mis ojos algo brillaba, las calles pasaban una y otra vez, Madrid se me estaba quedando pequeño, pensé cuando se di cuenta de que faltaba una señal en el cruce de López de Hoyos con Príncipe de Vergara, mire por el retrovisor y allí había una pareja aunque solo podía ver la parte posterior de la cabeza de ella, cuando volví a mirar había un chico dormido y borracho que amenazaba con desplomarse contra el cristal de la ventanilla, vueltas y cambios, las noches del sábado no son tan diferentes de las del domingo o del lunes, todas tienen el mismo color bajo la luz de las farolas, ninguna esta teñida por ningún sentimiento, todas son grises. Ahora era un grupo de seis, dos chico y cuatro chicas, una de ellas levanto la mano y se adelanto dos pasos, a Pedro Teixeira dijo, y me miró los ojos a través del retrovisor, silencio y noches grises, ya nada brillaba excepto el cansancio y la falta de estimulación, son 8.30. Gracias.
Gracias a ti, solo una última mirada a sus ojos negros bajo la gorra y la puerta sonó al cerrarse, cuando la esperanza de los míos también se apago con el golpe.
La vi alejarse mientras encendía la luz del taxi, tristeza en el corazón de los dos y después, de nuevo, soledad.
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