-Este camino ya nadie lo recorre,
salvo el crepúsculo-
Bashô
Estoy en uno de esos raros momentos donde la prisa
se traga a sí misma y todo es tan calmo,
en esos momentos donde la situación es tan absoluta
que no cabe mas que entregarse a vivirla.
No tengo la menor ansiedad, pues en este instante
no espero nada de la vida.
Poniendo en orden algunos papeles, con la absoluta certeza de que ninguno va a hacerme falta,
encuentro, amarillento, casi olvidado,
mi titulo de bachiller secundario;
y comprendo como los duelos siguen ahí,
al alcance de la mano.
Recuerdo que no habían cambiado aún
las paredes de la casa,
ni el barrio estaba distinto,
ni el perro de al lado llegaba a cano. No.
Un mismo sol iluminaba los mismos árboles.
No habían pasado ni dos meses
de finlizado el bachillerato,
pero nosotros vagabamos ya
como espectros por el barrio.
Seguíamos juntandonos,
muchachitos y muchachitas de diecisiete años,
llevando todos allí nuestros cuerpos exhaustos
-nos lo veíamos en los rostros-
de asumir todo un camino intransitado.
¡Como seguíamos casi mecanicamente
cumpliendo un rito que en otro tiempo
había desterrado la angustia del cuerpo!
Porque aquella casa había sido un templo para nosotros
pero hoy profesaba una religión distinta.
Muerto ya ante la evidencia
aquel primer Dios que construímos,
vagabamos extasiádos como por un bosque incierto,
iniciados en los ritos paganos de ser mayores.
Todos reunidos en torno al manual
de las carreras universitarias
como ante una biblia o un profeta.
¿Humanisticas o exactas?
Casi no nos hablabamos ya,
las sonrisas eran leves, el peso de la angustia
aquilatado en las mejillas.
Todo era como entonces recuerdo,
El sol, la casa, el perro de al lado...
¿Pero entonces?
Desamparados, buscabamos a tientas
reconstruir un presente
con los escombros del pasado.
Algunos se inclinaron por ingeniería,
otros por matemáticas,
aunque vueltas extrañas nos fueron acercando
a lo que entondes era una promesa, una hoja vacía.
Fuímos escribiendo con nuestras vidas
lo que entonces habíamos elegido o ignorado
en aquel viejo manual de mudas profesías.
Tardé, hoy lo sé bien, ocho años en cerrar aquel libro,
en erigir otra vez, a fuerza de instantes vividos
todo mi presente,
en matar con la evidencia de lo que soy
lo que hubiera sido.
Y sin embargo algo de todo aquello
se queda aquí conmigo,
algo como un mustio vientecillo,
como un fermento de un luto rancio
que pasa, y al pasar,
me deja este sabor de amargo descontento.
Ahora, porque vos te has ido,
y veo el escritorrio atiborrado de papeles viejos,
la vieja maquina de escribir
que hace ya tiempo no reclama nada de mis dedos,
la habitación llena de cajas,
preparados cada objeto para una nueva mudanza.
Estoy ahora con mi café en la mano,
mirando por esta ventana
por la que tantas tardes se fueron colando,
tantas gentes que vi pasar, tantas cosas vividas,
vos y yo, por ejemplo,
y agustín correteando por los pasillos.
Hago un ultimo repaso,
voy del estudio a las habitaiones
-a la nuestra la evíto con un rigor que me hace daño-
lo que en ella se queda,
ya no hay quien pueda cargarlo.
Por ultimo pasaré por el corredor
que de la sala da al vestíbulo,
apagaré la luz con una ultima ojeada,
y cerraré la puerta, solemne y lento,
y dentro se ira olvidando todo lo muerto vivído. |