Hubo un tiempo, cuando existían las nóminas y los empleos fijos, en los que llegué a tener mi propia sección en el periódico. Pero eso pertenece al pasado. Ahora me pagan a treinta euros la noticia y tengo que patearme bares y comisarías, invitar a cervecitas y dejar buenas propinas para que me avisen cuando ocurre algo interesante. Por eso, cuando sonó el móvil y el oficial de distrito me informó que habían detenido una cabra circulando en moto, no dudé de su palabra. En cinco minutos me planté en la comisaría. Había cierto revuelo en la entrada pero mi contacto se las arregló para pasarme a la sala de espera. Y allí estaba, bajo la luz macilenta de un bombillo colgado del techo, con una cuerda alrededor del cuello que sostenía un joven sentado en un banco de madera que no levantaba la vista del suelo, el joven me refiero. Mientras, a través de una puerta entreabierta, pude vislumbrar a un policía tomando declaración a un hombre mayor de rostro desconcertado. Según pude saber, un agente les dio el alto al detectar que en la moto viajaban tres ocupantes comprobando, atónito, tras detenerse el vehículo, que el ocupante del medio era una cabra con su correspondiente casco. A la pregunta de por qué la cabra llevaba casco, el denunciado contestó que era obligatorio y además servía de protección en caso de accidente, que bien claro lo anunciaban en todos lados. Finalizada la instrucción del atestado el policía telefoneó al comisario quien, con no muy buenos modales, a tenor de los sonidos que salieron del aparato y del gesto de su interlocutor, ordenó el traslado del caso al juzgado de guardia.
En la calle se formó una comitiva con aire de procesión de Semana Santa. Delante, cabizbajo, el policía, junto al oficial de segunda, abría el cortejo. Le seguían los tres ocupantes del ciclomotor y, a unos pasos, una concurrida bulla cuya dimensión y jolgorio aumentaba a cada paso. Sólo faltaba el acompañamiento de la banda. El juez probablemente había sido avisado porque, a la llegada al juzgado, varios agentes del orden público impidieron el paso de la gente y de la cabra, la cual quedó a la puerta bajo custodia oficial, aunque yo, gracias a mi amistad con el secretario regada por más de una noche de copas, pude colarme. El cabreo del juez era sonado. A las explicaciones aturrulladas del policía, “señoría, se trata de una infracción grave a la Seguridad Vial”, contestó perdiendo el control, “García, no me toque los cojones o va a saber lo que es una infracción grave, ahora mismo desaparece usted con su expediente y no quiero volver a verlo en mucho tiempo”, pero, antes de que abandonaran la sala los presuntos imputados, el juez se dirigió al conductor, “¿puede usted decirme qué hacía la cabra en la moto?”, y el hombre, sin perder la calma, respondió, “qué quiere qué le diga, estoy de mudanza y no iba a dejar atrás a mi Blanquita”.
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