Afuera el calor, y estabamos fuera.
El camino a las aguas puro polvo,
río quieto de sed y melancolía
porque su mar es inabarcable.
En las rocas, mirabamos el mar,
las casas blancas que nos cegaban.
Alguien conto que ayer
sacaron un muerto chorreando agua.
La cerveza volvio a mis manos
y me reí con la boca llena de dientes
cuando contaron otra vez la historia aquella
de la cita a ciegas de jorge
de lo que reulto entrar a ser hombre.
¿Y el muerto, sería hombre?
¡También, que estupidez,
ir a bañarse a un mar tan lleno de rocas!
¿Sería joven?
Les voy a decir un secreto:
no comprendo la muerte.
Para él como para jorge
fué su debut en tales trances.
¿Y sería virgen?, ¡bah, poco importa,
siempre se es virgen ante la muerte!
La cerveza tras su paseo
volvió a mis manos ya mas caliente.
Las minucias de alcoba son casi tan esquicitas
como el acto mismo.
¿O solo el acto mismo tiene importancia,
ya pasado, cuando es compartido?
¿Hacemos, acaso, cada cosa
para poder contarselo a alguien?
¿Hacemos de todo por ser sociables?
¿Por no ahogarnos en un mar solitario,
sin quien nos cuente, y que nos saquen,
anonimos, chorreando muerte?
Todos los mares son el mar, es cierto,
pero todas las muertes son también mi muerte.
Seguimos bebiendo y riendo aún
un buen lapso de tiempo,
como cuando niños, jugando seriamente
a entender una realidad que no se entiende.
Seguimos todos ahí, de cara al mar,
desdramatizando la muerte.
Despues del atardecer emprendimos la vuelta,
me dolia la mandibula de tanto reirme.
Nos repartimos en los coches
y nos fuimos yendo, cada cual
a su manera, un poco menos vivos. |