Un hombre entra a un bar. Ni bien atraviesa el umbral una mujer de papel lo toma del brazo y avanzan. A medida que avanzan en la profundidad del lugar la mujer va ganando en volumen y realismo, es muy bella y esta llena de inscripciones hechas con birome aparentemente por los clientes anteriores. Por fin llegan a una mesa y nuestro interlocutor anónimo se sienta. Observa, espera. Todo sucede de una manera muy extraña; el tiempo y las acciones se suceden a un ritmo ciclotímico e irreal. El lugar esta iluminado por una suerte de astros tenues que riegan sombras sobre las figuras difusas. El hombre se quita el abrigo. Ha venido hasta este sitio impulsado por una fuerza tan injustificable como la que estimula estas palabras, y ahora espera. El nudo que se acurruca un poco por encima de su estomago comienza a aflojarse. Y dentro de la quietud del lugar algo le sugiere que todo esta en movimiento. Lo sobresalta el sonido de un silla a su lado y toma asiento una larga barba. Pocos segundos después llega su dueño y ocupa el mismo lugar. Este es un ser más bien parco y cargado de nostalgia. Por su luminosidad es evidentemente de otro mundo posible. El hombre se disculpa y argumenta que ha quedado en encontrarse con el mismo con el mismo a esa misma hora en aquel lugar y señala el espejo. Su rostro sugiere que hace rato espera el encuentro. Este sitio tiene distintos entretenimientos para sus clientes. Cuenta con un mago que supera las posibilidades de la gramática y logra entrar afuera y salir adentro. Un ventrílocuo mudo y prostitutas que al contacto con un hombre se transforman en palomas. Nuestro hombre que contra su voluntad termina su espera. Es hora de despertar a otro sueño.