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Acababa de ver un documental en la televisión sobre el jainismo. En él se contaba como, para esta religión, todos los seres vivos del planeta son igualmente valiosos, ya se trate de una bacteria o de un ejecutivo de Wall Street. De forma coherente con este principio, los jainistas barren previamente el suelo por el que van a pisar para no matar accidentalmente a ningún bichito. Asimismo, se cubren la boca con una mascarilla para evitar tragarse ningún insecto de forma casual. Una vez apagado el televisor se percató de la presencia de una hormiga, a su lado, en el sofá. Si se hubiera tratado de otro bicho más molesto, ¿qué se yo?, de una mosca o de una avispa, quizá se hubiera planteado el hecho de aniquilarlo, pero….. ¿una hormiga? , ¿qué daño podía hacerle a nadie una hormiga?, ¿qué daño podía hacerle a él esa hormiga?. No, no la mataría. Y menos después de haberse enterado de lo de los jainistas y su forma de entender la vida. Pero, por otra parte, no quería que la dichosa hormiga estuviera más tiempo en su apartamento, hasta ahí podían llegar las aguas. En resumidas cuentas, había que deshacerse de ella pero sin eliminarla físicamente.

Recortó un trozo de periódico de la sección de Economía y colocó en él a la hormiga. A continuación se dirigió a la terraza y arrojó el papel a la calle. Apoyado en la barandilla, esperó el suave aterrizaje de la improvisada nave espacial, pero, en su lugar, lo que contempló fue un amerizaje, o, mejor dicho, un piscinaje: poco a poco la nave se había ido escorando más y más hasta que su vuelo terminó en el interior de la piscina de la urbanización. Súbitamente le asaltó un intenso sentimiento de culpa: la había matado, no había querido hacerlo, pero lo había hecho. No tenía perdón de Dios. Unos instantes después, ya con algo más de calma, pensó que tal vez, quien sabía, tal vez la nave no había sido completamente inundada y la tripulante mantenía aún sus constantes vitales. Se agarró a esa posibilidad como a un clavo ardiendo.

Salió corriendo hacia los ascensores. Como suele suceder en estos casos, los dos estaban ocupados. Esperó un tiempo, hasta que se hartó de esperar y optó por bajar los siete pisos de escaleras a toda pastilla, saltando los peldaños de dos en dos y de tres en tres. Cuando llegó a la piscina, se encontró con que estaba vallada. No se lo pensó dos veces, se encaramó a la valla y de un salto pasó al otro lado. La nave estaba muy lejos de su alcance, pero, valiéndose de un recogedor (uno de esos artilugios con forma de cazamariposas de mango muy largo que se usan para mantener limpia la piscina de hojas de árboles y de porquerías varias) logró hacerse con la nave. No había ni rastro de la tripulante. ¿Qué habría sido de ella? . El cadáver no había aparecido, pero era muy probable que en ese mismo instante la hormiguita no figurara ya dentro del mundo de los vivos.

Nuevamente le sobrevino un terrible remordimiento. Se sentía el peor de los hombres, mucho peor que nadie y, desde luego, mucho peor que aquella pobre hormiga, que nada había hecho a nadie. Debía hacer algo, un gesto, algo que le redimiese. Lo justo – pensó - era una vida por otra vida. Se inmolaría para salvarse, para salvar su propia alma, ya que no podía salvar el cuerpo de la hormiga. Tomó una señal metálica que rezaba “Cuidado. Es peligroso bañarse” y se dispuso a atársela. Quería hacer un nudo muy fuerte, no fuera a ser que luego se arrepintiera e intentara salvar su pescuezo como un cobarde. Se acordó de un nudo que aprendió en sus años mozos en los Boys Scouts: el as de guias. Como cuerda utilizó el cordón de uno de sus zapatos. Hizo un gran lazo y recordó: “la serpiente sale del lago, sube al árbol, le da una vuelta y entra en el lago”. Ya estaba, había funcionado. Se ató a la señal y saltó a la piscina.


Cuando ya llevaba un rato en el agua y empezaba a faltarle el oxígeno, tuvo una de las experiencias típicas de todas las ECM (experiencias cercanas a la muerte): se vio a si mismo desde fuera de si mismo. Y vio que era un pobre hombre lleno de miedos y de complejos…….., y se compadeció por ello. Vio que también él, como todos los seres vivos, era digno de ser amado y que merecía una segunda oportunidad. Intentó deshacer el nudo a toda prisa. A ver - se dijo- , aplicando la lógica, la serpiente habrá de deshacer el camino ya hecho: primero habrá de salir del lago, luego habrá de dar una vuelta al árbol y finalmente habrá de entrar en el lago. Al comprobar que los pasos que tenía que dar eran prácticamente idénticos a los que se requerían para hacer el nudo se preocupó sobremanera. Descartó la lógica y se decantó por la intuición. A pesar de que las fuerzas le escaseaban (había perdido un tiempo precioso con la serpiente de las narices), al cabo de unos segundos ya casi estaba, un último esfuerzo y lo habría conseguido. Finalmente le sobrevino una fortísima sensación de mareo que le dejó inconsciente.

Al cabo de un tiempo volvió en si. Tumbado en el césped, una guapa socorrista le practicaba el boca a boca con objeto de reanimarle. A él, aquello le pareció el más tierno de los besos. Por unos instantes pensó si no se encontraría ya disfrutando de los placeres del paraíso.

Texto agregado el 26-03-2008, y leído por 267 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
03-06-2008 Eso digo yo... que pasa con la hormiga? Exijo una segunda parte... Bien hecho, casi que podría ocurrirle a cualquiera... nomecreona
29-03-2008 Excelente Sespir, con un toque de humor muy rico, un relato super agradable de leer. Me gustó mucho..y que habra sido de la pobre hormiguita????? te dejo un besoo tigrilla
 
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