Una Historia de Amor 
(En tres poemas) 
 
I  .-  La  Espera 
 
Un  fondo  inmortal  de  naturaleza  para  amarte... 
playa...  rocas...  cielo...  mar... 
inmóvil,  tendido  de  espaldas  en  la  arena, 
con  los  músculos  tensos  y  los  ojos  cerrados 
cansados  de  no  verte, 
tu  presencia  me  invade, 
te  siento  en  los  rayos  de  sol  que  abrasan 
mi  cuerpo  desnudo, 
en  la  brisa  que  acaricia  mi  piel 
y  en  el agua  del  mar  que permite  amorosa 
que  penetre  en  sus  olas. 
Te  presiento.  No  tardes 
 
II  .-  La  Señal 
 
No  sé  como  son  tus  ojos; 
puede  que  oscuros,  grandes,  soñadores, 
o  pequeños,  muy  claros  y  sonrientes; 
ni  puedo  imaginarme  tu  nariz; 
ni  si  tus  labios  son  gruesos,  sensuales, 
ardientes  al  besar, 
o  si  delgados,  pálidos,  ingenuos, 
como  los  labios  castos  de  una  santa, 
hechos  para  rezar; 
si  tu  pelo  es  rebelde,  ensortijado  y  negro 
o  rubio,  liso  y  fino; 
si  tu  piel  es  morena,  áspera,  recia, 
bronceada  por  mil  brisas  y  mil  soles; 
o  delicada,  tersa,  transparente 
como  la  piel  de  un  niño; 
si  es  tu  cuerpo  magnífica  escultura 
que  me  enardecerá  con  sus  caricias 
salvajes  y  agresivas; 
o  es  la  figura  etérea,  desgarbada, 
torpe,  de  adolescente,  que  inspire  mi  ternura; 
pero  el  día  que  te  encuentre, 
entre  miles  de  gentes  yo  sabré  conocerte, 
porque  toda  mi  sangre,  mis  sentidos, 
mi  corazón,  mi  mente 
gritarán  que  eres Tú, 
y  aún,  sin  haber  mirado  tu  cuerpo  ni  tu  cara, 
sentiré  tu  presencia, 
y,  por  si  aún  dudara, 
te  reconoceré  por  las  facciones 
sublimes  de  tu  alma 
que  asomarán  a  tu  semblante  amado, 
poniendo  una  señal  en  tu  mirada. 
 
III  .-  El  encuentro. 
 
Tenía  que  ser  así,  estaba  escrito, 
y  tuvo,  sin  embargo, 
el sabor inefable 
de  una  inmensa sorpresa, 
se  realizó  el  milagro  de  vivir  lo  soñado, 
en  el  mismo  paisaje: 
playa...  mar...  cielo...  rocas... 
te  encontré,  nos  miramos, 
y  supe  que  eras  tú 
porque  al  mirarte 
dejaron  de  existir  todas  las  cosas 
y  quedamos tú y yo,  por  un  instante 
de  esos  que  valen  siglos, 
suspendidos  los  dos  en  el  espacio, 
como  en  inmenso  tálamo, 
en  el  que,  con  la  unión  de  nuestras  almas, 
dimos  a  luz  un  mundo: 
¡Nuestro  Mundo! 
									 
  |