Me gusta dormir en el sillón, con la misma ropa que traiga puesta si es posible; me hace sentir decadente.
El insomnio también me hace sentir decadente.
Y las pesadillas ayudan bastante.
Mi ventana abierta después de medianoche, el hambre, las caminatas eternas y solitarias, la esperanza muerta...
Todo eso me hace sentir igual.
Me gusta la decadencia, es mi estilo. Esa palabra resume mi forma de ser, vivir y sentir.
Traduce las fuerzas que hago por mantenerme de pie y la inutilidad de mi tarea.
La vida que se escapa de mi alma antes que de mi cuerpo.
La nada que me llena cada día más, casi imperceptible, pero cada vez más nítida.
Decadencia es olvido.
Cada día me olvido más de mí, de mi fe y de mi vida, que se van quedando atrás en este estrecho camino que va en pendiente.
Obviamente, yo voy bajando.
Porque decadencia es conformidad.
No me importa bajar, no me importa olvidar, no me importo yo ni el resto, no me importa nada. Sólo sé que estoy avanzando, haciendo el mínimo esfuerzo (ventajas de la gravedad).
Sólo sé que no me importa el camino que he recorrido ni el que me falta por recorrer, si estorbo en el camino o si paso a llevar a alguien.
No me intereso, no me interesan. Ya no me duele nada, ni me importa causar dolor.
Decadencia es el primer paso hacia el vacío.
Hacia allá voy.

a decadent unknown