MAGIA
Cansada de andar y viajar por un túnel psicotrópico; cansada de creer que se podía morir de amor, Constanza G. se lavó el cabello, se puso su falda favorita, la playera más cómoda que encontró, tomó su bolsa, asentó en el buró la parte de su corazón que siempre moría de amor y tomó de un cajón la racionalidad del corazón que por tanto tiempo había mantenido en una caja de cristal, antes de partir, volvió la cabeza y recordó todos los momentos que había pasado con la parte violeta de su corazón –aquella que moría de amor-, con una mueca que se asemejaba a una sonrisa, pensó que no todo había sido malo, de echo habían muchas cosas divertidas, por lo que decidió llevarse con ella la mitad de la parte violeta la cual colocó junto a la parte azul – aquella de la racionalidad-, las metió en una bolsita de terciopelo guinda y las acomodó en un apartado de su bolso; mientras tanto tomó la parte violeta sobrante y la guardó en la caja de cristal, por si alguna vez la volvía a necesitar…
Se despidió de todos sus amigos imaginarios y se llevó con ella solo uno, su mariposa technicolor… Se acomodó bien la bolsa y se dispuso a caminar…
Se encontraba indecisa, pues no qabía bien hacia donde encaminarse3 había escuchado de un jardín de pitufresas con bosques de alegría, de una selva de jengibre con pasto de limón, de un país de maravillas, y de la ciudad de la locura con cielos de algodón y animales de gomita, árboles con hojas de cerezas y frutillos que causaban cosquillas en la lengua, también recordó que junto a la Cd. de la locura se encontraba el poblado de la ciencia, ahí le habían dicho que el ambiente era de un poco mas de recato, más sin embargo todos se daban la oportunidad de cometer locuras, sólo que bajo un adjetivo muy raro “científico”, siempre se justificaba de manera muy extraña “Todo sea por la ciencia”, era algo que a Constanza no le quedaba muy claro, pero le parecía divertido; todavía indecisa de hacia donde ir, G. recordó haber escuchado o leído sobre otros lugares, se trataba de un lugar donde el azul se mezclaba con el verde, en un millón de tonalidades, el aire te helaba el rostro y la arena te devoraba los pies tan deliciosamente que costaba mucho trabajo trasladarse de un lugar a otro, sobre este mismo lugar también había escuchado que si te sumergías en aquellas tonalidades azules – verdes la vida no seguía siendo igual, desde ese momento todo en la vida tenía un toque de locura, todo se veía al revés y viceversa, lo pensó un poco, pero todavía no se decidía, ese lugar sonaba interesante, aunque ciertamente, un poco confuso.
Caminó un poco, y todavía indecisa decidió sentarse a meditar hacia donde ir, se sentó a un lado del río de lágrimas que una vez ella creó, le traía tantos recuerdos , buenos, malos, bonitos y amargos, no quiso ahondar mucho en ello, y decidió mejor pensar sobre si existía otra opción hacia donde ir.
Recordó que alguna vez ella y sus amigas habían estado dando vueltas por el pozo negro, ese lugar era aún mas confuso –aún más que aquel en donde la arena te devoraba los pies- pues recordaba que quienes habían estado ahí lo calificaban de mil y un formas, algunos decían que era horrible, que era lo peor del mundo, otros decían que era un lugar de reflexión con diversos tonos violetas, otros que era un lugar de amor, en donde tata ilusión y fantasía te cegaba y te hacía caer, caer y caer, algunos clasificaban esta ilusión como una “ilusión amatoria”, y mencionaban que gracias a ella se mantenían vivos y con ganas de gozar la vida y seguir en ella, es decir, con ganas de seguir cayendo y cayendo, más sin embargo existían otros que confesaban que esta ilusión solo los había transportado a un oscuro sufrimiento, un oscuro lugar rodeado por enredaderas psicotrópicas de placeres banales, pero eso si, bastante satisfactorios en su momento, pero que al final del festejo, al finalizar el día o muchas veces al comienzo de este (según sea la circunstancia) solo dejaban en el mejor de los casos destellos de colores de una ciudad de fantasía, producto de un sueño confuso, agradable, pero hasta cierto punto superficial.
Constanza revisó en los cajones memorísticos de su cabeza y recordó que ella alguna vez estuvo ahí, más no identificaba alguna de las facetas que había escuchado, ella más bien recordaba aquel lugar como una inmensa gama de todo ello, de todo lo anteriormente mencionado, y puesto que ya había estado en dicho lugar decidió que no sería buena opción regresar, ya que se encontraba en busca de nuevas aventuras y no de repetirlas, aunque después de descartarlo por completo pensó que ha ese lugar muchas veces se llegaba sin invitación alguna, sin que ni para que, cuando uno se daba cuenta simplemente ya estaba cayendo, el único escudo contra ello quizá era la parte azul del corazón, aunque no tenía mucha vigencia, funcionaba por un tiempo, pero no garantizaba cuidado infinito, eso daba un poco de miedo, pero un miedo divertido en el llevar de la vida diaria.
Continuó sentada junto al río aquél , tratando de pensar si existía alguna opción mas, cuando de repente el agua del río comenzó a temblar , miró hacia arriba y vio como el cielo comenzaba a tomar una tonalidad café – violeta, sintió el viento frío en todo su cuerpo y entonces supo lo que sucedía se aproximaba una tormenta salada (si, existían dos tipos de tormenta, las saladas como la que se aproximaba y las azucaradas), Gertrudis sabía de antemano que las saladas no traían nunca nada bueno, por lo que con la mirada comenzó a buscar un lugar donde esconderse y es ahí en donde a lo lejos sentado junto a lo que parecía una gran cueva encontró a alguien que la llamaba, le pareció algo extraño, pero en vista de que no encontraba lugar alguno para guardarse de la tormenta que se avecinaba decidió dirigirse hacia ahí, al llegar al lugar lo vio fijamente durante unos 5 minutos, sin decir palabra alguna, hasta que gotas saladas comenzaron a mojarle la frente, sin decir una palabra sintió como le tomó la mano, y los dos se metieron a la cueva a esconderse de aquella gran tormenta, estuvieron sentados un largo rato sin decir palabra alguna, cada uno sumergido en sus propios pensamientos, hasta que Gertrudis se acordó de que las tormentas saladas solían ser muy largas, por lo que lo mejor sería intentar entablar una conversación interesante o divertida.
Se encontraba sentado a un lado de ella con la mirada fija y la boca un poco chueca, G. pensó que tal vez el sabría de algunos otros lugares que fueran opciones a la hora de marcharse, pues la tormenta la había interrumpido y no había podido todavía tomar una decisión de hacia donde ir, se encontraba pensando en ello, cuando una voz interrumpió sus ideas, escuchó a lo lejos, pero retumbando en su cabeza una serie de preguntas: ¿cómo te llamas?, ¿de dónde vienes? ¿hacia donde vas? ¿Por qué viajas sola? ¿de que viaje vienes llegando? ¿Cuántos viajes has hecho en tu vida? Consternada por no encontrar el sentido de tales preguntas y abrumada por toda aquella gama de tales, se quedó mirando fijamente y no supo más que decir, y de su boca solo se escuchó decir: “Constanza Gertrudis”, entonces desviaron la mirada y continuaron viendo la lluvia. Gertrudis aprovechó y sacó de su bolsa una pequeña libreta verde con bordes amarillos y dibujada en la portada una mariposa que la misma Constanza se había encargado de imaginar, crear y plasmar, comenzó a anotar en ella todas las posibles opciones de los lugares a los cuales podía dirigirse, cuando terminó con ello preguntó al sr. Gris si no sabía de algún lugar al cual pudiera ella encaminarse, pues contaba con muchas opciones pero todavía no había optado por ninguna, entonces sin pensarlo más de cinco segundos le contó de una Isla Blanca, con vientos que enfriaban la cara y hacían volar el cabello, toda la isla se encontraba cubierta de hielo sabor menta, ha Gertrudis esto le pareció muy interesante hasta que comenzó a contarle acerca de la presencia de dos seres desastrosos los cuales contaban con colmillos y ojos de dragón, a Gertrudis ya no el gustó entonces la idea, a pesar de que el sr. Gris se lo planteaba de lo mas interesante…
En aquel momento se dio cuenta de que ya había dejado de llover, sentía de nuevo el olor de las lágrimas del río mezcladas con el olor de las azucenas y margaritas que rodeaban el lugar, decidió que era el momento de tomar rumbo, por lo que se despidió del sr. Gris, y ya estaba dispuesta a salir de la cueva, cuando sintió que le jalaron el bolso, volteó de nuevo y entonces el sr. Gris le pidió ir con ella; Gertrudis no estaba muy segura de que fuera una buena idea, pero la miraba tan fija y penetrantemente que no pudo decirle que no; comenzaron a caminar y a caminar y caminar, Gertrudis comenzó a sentirse muy cansada, como si una masa invisible le robara poco a poco su energía, al principio no le dio mucha importancia a este hecho, al fin de cuentas toda la energía mágica con que contaba, ella ya la había dado por culminada y lo poco que le quedaba estaba muy lejos ya, -dentro de su caja de cristal- por lo tanto siguió el camino hasta que llegó un momento en que sintió que ya no podía mas, por lo que se recostó sobre un cerro de hojas secas, para ella eso era como nadar en oro, le comentó a su acompañante lo que sucedía y lo desenergetizada que se sentía, pero este no hizo mucho caso, solamente volteó, sonrió burlonamente tiñendo por un momento todo de gris, y fue ahí cuando G. se dio cuenta que prefería seguir su aventura en busca de verdades imaginarias completamente sola, así que dejó que su acompañante con su sonrisa sarcástica siguiera su camino al país del hielo y de las fieras, al que sin darse cuenta estaba tomando rumbo.
Gertrudis se encontraba nadando en aquel oro seco, había decidido quedarse ahí dos que tres días, su mariposa technicolor le había dicho que era un lugar adecuado para encontrar magia, pero ella ya no creía en eso, sin embargo el lugar por alguna razón extraña le resultaba maravilloso, se construyó una casa con hojas de tabaco y pasaba las tardes escribiendo en una pequeña libreta que nunca mostraba a nadie, ya que ahí estaba plasmada parte de la fantasía que en un pasado había disfrutado tanto.
Pasaron más de tres días y G. seguía ahí, ni siquiera ella sabía la razón o el por que, tal vez era el oro seco, tal vez la hermosa casa de tabaco, o tal vez en la parte más interna de su alma deseaba encontrar de nuevo magia y recuperar la fantasía de crear un mundo de colores (como aquel que Julieta y su caja de colores alguna vez le enseñó a crear).
Una tarde el cielo estaba de una tonalidad café que Gertrudis nunca había visto, se encontraba muy desesperada pues había buscado en todas partes y no encontraba a su mariposa “esto no es una buena señal” pensó…
Sin embargo cuando comenzaba a perder la esperanza de encontrarla, a lo lejos, vio un resplandor, simplemente maravilloso, G. quedó anonadada, sin poder moverse siquiera del lugar en el que estaba, sintió que el pecho le temblaba, las manos le sudaban, los dedos le tronaban y los pies se le engarrotaban por momentos, el resplandor se acercaba poco a poco, hasta que sin darse cuenta estaba justo frente a ella, sintió su aliento y la nariz que tocaba y acariciaba suavemente la de ella, él solo dijo “traigo algo para ti”, extendió su mano y ahí estaba su mariposa, la cual revoloteó de un lado a otro disfrutando aquella libertad hasta posarse sobre el hombro izquierdo de Gertrudis; entonces G. sonrió como hacía mucho pero mucho tiempo no lo hacía, en ese momento el paisaje cambió o se retransformó, el pasto se volvió de limón, las hojas de cereza y los frutos de gomita, las nubes de algodón y el sol penetraba en ellos como el mas delicioso jugo de naranja, G. lo besó, y en ese momento lo supo, la magia había regresado, y no podía hacer nada para evitarlo mas que disfrutar de aquel hermoso paisaje, de aquella hermosa situación, de aquella fantástica coincidencia, de haber recuperado la magia, de haber recordado la fórmula para crearla, de haber encontrado el camino a la ciudad de la locura, con verdades fantasiosas y bosques de alegría, o más bien, darse cuenta de que hacia ya unos cuantos días que se encontraba ahí.
Hamzah Barbachano Zetina
Diciembre 2007
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