MISERICORDIA
Arrodillada a mitad de la Iglesia, Alexa rezaba. Estaba completamente empapada. El cabello negro chorreaba agua. En su rostro, las lágrimas saladas se confundían con las gotas de lluvia que aún descendían por sus mejillas. Un trueno resonó en el cielo, y al instante un relámpago iluminó hasta el rincón más oscuro. Ella gimió.
Te pido perdón, eterno y omnipotente Dios. Se que no he sido una buena persona, que mi fe en ti ha decaído con el paso del tiempo. Es mi culpa, no lo niego. Pero dicen que nunca es tarde para arrepentirse. He hecho cosas horribles, cosas que avergonzarían al mismísimo diablo. Y no se tu misericordia llega tan lejos. Pero me he arrepentido. De verdad que lo he hecho, y por eso hoy pagaré con sangre. Pagaré con mi vida misma. Y no puedo irme sin antes saber que me perdonarás. O que por lo menos lo intentarás. También necesito que cuides de mi hijo. De mi pequeño. Que no le falte nada, él no tiene la culpa de que yo sea su madre. Se que no tengo derecho a pedirte nada, pero por favor, escúchame. Absuélveme.
Una sonora carcajada masculina se dejó oír. Alexa se quedó inmóvil. El hombre se acercó a ella, y le apuntó a la cabeza con un arma.
Acá estás, puta. ¿Intentando redimirte? Es en vano. Allá arriba no aceptan gente como tú, o como yo.
Dios es misericordioso.
¿Segura? Yo creo que hasta Él tiene un límite, Alexa. Y vaya que hemos sobrepasado el límite, ¿no lo crees?
Acaba ya con esto, Leonard.
Como quieras.
El disparo fue inminente. La bala le atravesó la cabeza.
* * *
¿Dónde estoy?
En el cielo, Alexa.
Eso quiere decir
¿me has perdonado?
Mi misericordia no tiene límites.
Pero he hecho cosas muy malas.
¿Te has arrepentido? ¿Realmente lo has hecho?
Sí.
Entonces no hay más que hablar. Al final, eso es lo único que importa.
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