EL PODER DEL AMOR
La luminosidad que me saca del sueño, filtrándose a través de mis párpados cerrados, me hace saber que la lámpara de su buró está encendida.
Sin abrir los ojos, estiro mi brazo para sentir su cuerpo descansando junto al mío y encuentro el lugar vacío,
Abro los ojos desechando de golpe la pesadez del sueño y la veo, deambulando por la habitación, con ese aire de angustia que ha contaminado últimamente su mirada. La observo detenerse frente a cada mueble examinándolo con curiosidad, como si lo sintiera extraño, o como si temiera que, dentro de él, presintiera algún peligro que la amenazara o estuviera a punto de descubrir en su interior, un terrible secreto. Luego sigue con su paso lento, torpe, inseguro, sin una dirección precisa que la guíe; se detiene frente a las fotos de sus padres, colocadas en sendos marcos fijados en una pared de nuestra alcoba y empieza a hablarles en voz baja, musitando palabras que no puedo escuchar, pero que me angustian porque percibo en ellas un tono de lamento o de angustiosa súplica.
Estoy a punto de hablarle, pero me contengo, recuerdo haber oído decir que es peligroso despertar a un sonámbulo y me aferro a la infundada idea de que lo suyo es solo un mal sueño vivido en un ataque de sonambulismo. Me quedo callado y espero en silencio a que vuelva junto a mí, apague la luz y se acueste.
Cuando lo hace, me acerco y pego mi cuerpo al suyo abrazándola suavemente para hacerle sentir mi presencia y recordarle que no está sola, que yo estoy aquí y que puede confiar en mí y contar siempre, incondicional e ilimitadamente conmigo.
No puedo contener el fluir de mis lágrimas, pero lloro en silencio, conteniendo mis sollozos para que no se de cuenta de que, en este caso, por encima de mi condición de hombre, me siento terriblemente débil, que el problema de su salud es, para mí, una carga muy pesada por mi desesperante incapacidad para proporcionarle alivio. Quiero aparentar que soy fuerte, poderoso, invulnerable y sólido, que se puede apoyar en mí y sentirse protegida, segura y a salvo de cualquier amenaza.
La luz del nuevo día nos sorprende en un intranquilo duermevela.
* * *
En mi cerebro oscila, como un luminoso letrero intermitente el terrible diagnóstico: “Su esposa padece Alzheimer”, eso, acompañado de una serie de flashes con una serie de datos informativos, confusos y contradictorios, entre los que destaca en forma constante. “ una enfermedad que, hasta la fecha es incurable”
Ahora, recordando lo sucedido aquella noche, me he puesto a reflexionar.
Para empezar, a pesar de las evidencias, aún me niego a aceptar, no el diagnóstico en sí, sino el calificativo de “incurable”; a pesar de la contundente aseveración del neurólogo. Cuando le comenté que en un país X .un grupo de científicos estaban haciendo investigaciones de las que podía deducirse que estaban a punto de encontrar el tratamiento para la cura de esa enfermedad. Su respuesta fue seca y determinante: “No se haga falsas ilusiones, señor, pasarán muchos años antes de que llegue esa cura, es más, váyase preparando para lo peor, su esposa irá perdiendo la memoria poco a poco hasta llegar un día en que ni siquiera a usted podrá reconocerlo, irá perdiendo también el control de sus movimientos y… Siguió enumerando una serie de pronósticos que mi cerebro no quiere aceptar, por lo que me niego siquiera a pensar en ellos, sólo me queda la impresión de que es una enfermedad peor que la muerte misma..
Recuerdo el día en que nos conocimos y cómo, desde el primer momento, sentí esa paz interior, esa alegría inmensurable, esa placidez, esa seguridad y energía que me infundía con su presencia.
Descubrí sus muchas cualidades, su belleza física y sus grandes valores internos; todo ello me conquistó y unimos nuestros destinos. Admiré, entre otras cosas, su exquisita sensibilidad y la gracia natural con la que ejecutaba labores hogareñas que a mí me parecían dignas de aplauso y que ella al ejecutarlas las hacía parecer como sencillas. A todo le daba brillo y lo hacía lucir de manera espléndida, cosas como colocar flores en un jarrón; ordenar cuadros en una pared; cuadros al óleo pintados por ella misma con un arte, un buen gusto y una maestría admirables, colocar fotos en un álbum o ponerlas en un portarretratos sobre un mueble cualquiera; elegir colores para los muros de una habitación, poner, en los lugares adecuados, carpetas o lienzos bordados por sus dedos habilidosos, etc. Era tierna, dulce y sencilla.
Percibí la magia de sus manos que le daban color y vida a todo aquello que tocaban.
Luego, después de mucho tiempo de feliz convivencia, los años se acumularon sobre nuestros hombros, y las tareas cotidianas empezaron a cobrar alguna dificultad, y llegó el día en el que llegaron a parecer difíciles y, a veces, imposibles. La recreación o reposición de los detalles de ornato, dentro de la casa, empezó a escasear y comenzó a invadirnos, físicamente la rutina.
Y llegó un día en el que ella, viendo que no podía ya redecorar la casa en que vivíamos, empezó a ignorar los detalles por los que antes se desvivía; se olvidó de: la pintura de cuadros en los que ponía su alma y su enorme talento, de la reposición de los colgados en los muros, de cambiar los mantelillos o carpetas sobre los muebles, de rellenar los floreros con aquellos ramos que eran verdaderos poemas de colores, como si todo eso se hubiera convertido en una carga difícil, incómoda o pesada.
Por último, dado que parecían haberse vuelto físicamente difíciles las tareas de decoración de la casa, empezó a limitarlas a su interior y comenzó a desechar de su mente todo aquello que la adornaba, empezó a limpiarla de recuerdos como si la abrumaran y se fue despojando de ellos como de un estorbo. Por último, como cuando daba un nuevo color a los muros de una habitación, cambió el color de su memoria y la pintó de olvido, dejándola poco a poco, vacía.
A mí no me gusta el color del olvido y no lo acepto; estoy luchando por cubrirlo con el color de la esperanza o probando hacerlo con el color de la ilusión y, si no funciona, ensayaré el color del optimismo o el de la ternura, luego el de la alegría y más tarde intentaré algún otro y otro y otro… Y para poblar de nuevo su memoria, construiremos juntos sencillos recuerdos nuevos: el de un paseo en su compañía una tarde de otoño o el de cruzar el parque rodeando con mi brazo su cintura o el de recorrer las calles sin rumbo fijo mientras conversamos; o el ver entrar por la ventana la luz de un amanecer de primavera, después de una noche en la que nos hemos dicho, sin palabras, cuánto nos amamos; o el de esa puesta de sol que disfrutemos en silencio; o el de la melodía que nos conmueva mientras, abrazados la escuchemos llevando el ritmo con el latir acompasado de nuestros corazones; o el de nuevas historias cuya lectura compartamos en las páginas de un libro; el de las demostraciones de afecto de nuestros hijos y de toda la familia, el de las alegres risas de nuestros nietos; el de la mirada afable, la palmada en el hombro y el cordial abrazo de nuestros amigos; el del gesto amistoso y el saludo cortés de nuestros vecinos y tantas cosas más, que no quedará en nuestras memorias ni un mínimo rincón desolado.
Todo será posible, estoy seguro, si a todo ello le agregamos el barniz del amor, ese que, sin tener color, es fuerza generadora de vida, de valor y de entereza, ese sentimiento que lo puede todo y que un día, los dos, arrodillados ante un altar, con la mano en el corazón o tal vez sea más adecuado decir, con el corazón en la mano, nos juramos tenernos uno al otro por toda la vida “hasta que la muerte nos separe”
Alguien, con la mejor de las intenciones me ha dicho: “Consuélate, por lo menos aún la tienes” y sí, sé que la tengo y estoy luchando con todas mis fuerzas por no perderla, pero me pregunto: ¿Sabe ella que me tiene a mí? ¿no me dice, a veces, con su mirada ausente y su actitud distante, que ha dejado de identificarme como el hombre que la ama? ¿No estará pensando, al no ver en mí al que ha sido su compañero de toda la vida, que la he abandonado y que el hombre que la acompaña ahora (yo) es un extraño? Hace tiempo que ya no hay sonrisas en su cara, solo una permanente angustia en su mirada, una angustia que me duele y me lastima como una ráfaga de viento helado que me quema o una llamarada de fuego que me hiela la piel y que trato de ignorar para que no afecte mi conducta hacia ella y me permita seguir llenándola de expresiones de amor y de tiernas caricias.
He abandonado las salidas de casa para trabajar, porque quiero estar permanentemente con ella, dedico a su bienestar todos mis esfuerzos, todos mis recursos, todo el tiempo posible, todo el amor del que es capaz mi corazón lacerado.
Estoy aferrado a ustedes, mis amigos cuenteros, como un náufrago a su tabla de salvación, entrar a esta que es su casa es mi puerta de escape para librarme del estrés. La lectura de sus comentarios, a favor o en contra (eso no importa siempre que sean honestos y sinceros), es un bálsamo que da alivio a mi espíritu. Muchos de ustedes, la mayoría, me atrevería a decir que todos, se han ganado mi afecto, aunque no en la misma proporción, hay los que más y los que no tanto, pero a todos los considero amigos dignos de respeto y aprecio..
Una aclaración que suena a disculpa, sin que llegue a ser justificación, la calidad literaria de este texto puede no ser mucha, eso se explica porque no fue escrita con la mente serena ni tecleado con la mano firme, sino con el corazón que sabe más de sentimientos que de sintaxis, ortografía y gramática en general.
Gracias por su lectura, su comprensión y su tolerancia, amigos.
NOTA (Escrita la madrugada de hoy, sábado 22 de marzo. El estado de ánimo en el que la situación por la que atravieso me tiene, es decir el problema de la salud de mi esposa, hace que mi sueño sea difícil de conciliar; en esos casos hago siempre lo mismo, venir a refugiarme en este lugar que es el espacio amable que me acoge. He entrado y he visto que tengo ya un comentario a este texto y la primera evaluación a el mismo, no he leído el comentario, pero veo que la calificación es 2 estrellas. Si la calificación va de 1 (no me gustó) a 5 (es maravilloso!) un tres significaría “Regular” y un dos que está entre el “Regular” y el “No me gustó” significa evidentemente “Es malo, pero no tanto”. Este dos me ha arrebatado la tabla de salvación a la que como náufrago estaba aferrado. No hace falta leer ya el comentario, me despido de ustedes como escritor, no volveré a intentarlo, seguiré entrando a leerlos y, si se me permite, seguiré haciéndoles mis comentarios. Gracias por los buenos momentos que con sus letras me han estado regalando, los quiero bien y les dejo mi cordial abrazo. Sean felices.
aprendizdecuentero..
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