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Avril continúa sentada sobre la alfombra. Inmóvil como una estatua, la mirada fija en un punto perdido de la pared.
Mientras observaba su impávida postura, recordaba las palabras de mi colega: no se conoce cura posible para estas patologías neuronales. Muchos especialistas recomiendan un seguimiento exhaustivo de por vida para estudiar los posibles cambios de conducta pero no arriesgan ninguna solución terapéutica. Había buscado opiniones variadas de distintas escuelas psicoanalíticas pero ninguna o muy pocas abordaban esta problemática. Ni siquiera Melanie Klein tenía una formulación precisa, tan clara como su caso paradigmático del “tren grande, tren pequeño” y la resolución de una psicosis infantil hasta ese momento incurable.
Avril entró por esa puerta hace ya más de un año. Semana a semana sus padres la traen y la depositan como un objeto preciado pero inerte, inalcanzable. Avril no habla, no formula ninguna palabra ni gesto comunicable. A veces esa quietud exasperante se transmuta en un movimiento de ojos y en la acción incontenible por dibujar. Avril dibuja líneas con diferentes lápices de colores. Es su única actividad externa de lo que guarda celosamente como un secreto.
Ahora observo esos dibujos mientras Avril sigue perdida en ese mundo, su mundo, tan infranqueable e inaccesible como una fortaleza medieval. Pareciera por momentos reírse de todos nosotros. Muchas veces me he preguntado qué pensará Avril de nuestras vidas. Qué le pasara por su mente obstruida cuando llega a mi consultorio y la dejan sentada sobre esa alfombra, rodeada de objetos que intentan atrapar su atención, sacarla de su prisión laberíntica.
A contraluz, los dibujos se superponen como líneas rectas que recortan figuras en distintos planos. Curiosamente me llama la atención las formas que quedan plasmadas por las intersecciones de esas líneas. Hasta ese momento no había recaído en esa singular configuración de triángulos y cuadrados infinitamente superpuestos que llenaban las hojas sin dejar espacio en blanco alguno. Descubrí que, bien mirados, esos triángulos y cuadrados formaban una figura tan reconocible como una casa con su techo a dos aguas. Una casa repetida infinitamente pero sin puertas ni ventanas. Una casa construida por un bloque cuadrado coronado por un triángulo equilátero perfecto.
¿Sería esa la clave de su aislamiento? ¿Estaría ante la llave que abriría la puerta de esa consciencia dormida? ¿Qué me estaba diciendo Avril con ese dibujo?
Atrapado en esas reflexiones no me percaté de la tensión que mis brazos hacían sobre esos papeles y terminé cortando las hojas en dos.
A mi vista quedaba la presencia de Avril, parada a centímetros de mi silla. Clavando su mirada en mis ojos y con una gran sonrisa me dio la bienvenida a su casa.

Texto agregado el 21-03-2008, y leído por 103 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
05-04-2012 si! concuerdo con todos tus comentaristas- q historia! mbo
26-04-2008 Bueno, no reacciono todavía. Soy maestra , incontables veces me encontré en situaciones no idénticas pero similares, sobre todo con alumnos particulares. Es asombroso cómo cuando uno se involucra logra más que cualquier terapia sofisticada. Excelentes las descripciones de situaciones psicológicas, más allá del contenido sentimental de la historia.5* bassiliko
22-04-2008 Es una historia que me hizo recordar a un profesor de matematica2 que explicaba las dimensiones y nos preguntaba como nos verían aquellos que vivieran en una cuarta dimensión y nos explico que igual que nosotros vemos los planos y las líneas, o sea dos dimensiones. Al romper el dibujo el relator entro en la dimensión de Avril,saludos MCS
22-03-2008 Excelente, seguí esta historia, por favor. Qué final, nene, qué final!!!! la_aguja
 
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