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VIAJE CON MIL QUINIENTOS
(Dani Galés)
Ayer tomé la decisión de iniciar un viaje largo y hacia un puerto desconocido y lejano. Esa repentina y desconocida vocación aventurera pude descubrirla con tan solo mirar al alba y escuchar el silbido matinal del viento oriental, percibir el perfume cítrico y almizclado de la señora mañana, que con sus tacones de punta metálica produciendo un acompasado tintineo, (excitante melodía!),que inducen a iniciar la marcha, miré mis bolsillos y tomé las tres monedas de quinientos que en él encontré, armé la mochila viajera sin más equipaje que mi memoria, la insensatez habitual del correcaminos y unas cuantas cartas de navegación copiadas a un experto navegante amigo. Solo un adiós a los seres queridos acompañados de un, ¡ya regreso! sin pedir la convenida bendición ni el tradicional “que te vaya bieeeen, mucho juiiiicioooo”. Un buen abrigo y unos bocadillos de esos veleños, porque dice la señora de la tienda de la esquina que esos son los que más calorías dan, o sino que le pregunte a los ciclistas de Boyacá. Pronto caminé hacia el puerto, entré por un arco de piedra volcánica que acompañaba a un frontispicio de adobe pintado de blanco con cal junto a un farol negro que irradiaba una luz anaranjada, me encontré con un recinto de impecable iluminación blanca como el frontispicio,(en un hermoso contraste con la luz anaranjada de la entrada),ansioso caminé hacia la taquilla y entregué dos de las monedas de quinientos, al tiempo que era saludado con amabilidad por la encargada del recaudo. Una vez abordada la nave me apresuré hacia el camarote: ¡por fin estaba navegando!, en un instante miembros de la tripulación solicitaron mi pasaporte, ante lo cual me sorprendí porque esa era una de las cosas que no había previsto, pero oportunamente atiné a decir que tan solo llegaría hasta el próximo puerto y que no pensaba ir más allá de la frontera. Esa colosal travesía me permitió conocer los más espléndidos lugares y relacionarme con la gente mas curiosa e interesante, pedí un paquete de carantanta de trescientos y un chupis yogomax de doscientos, pagué con la última moneda de quinientos que me quedaba, con la seguridad de qué no necesitaría comer nada más durante el resto de mi largo viaje, a la misma despachadora de la taquilla que encontré en el edificio del frontispicio blanco. La verdad es que inmediatamente comí la carantanta el chupis y los dos veleños de la tienda de la esquina para eso de las calorías, al cabo de dos minutos hube acabado con la totalidad de mis provisiones pero eso no era importante para mi en ese instante, lo último que hubiese querido a partir de ese momento es que algo tan cotidiano como comer me distrajera de esa maravillosa expedición. Repentinamente empecé a sentir el rigor del viaje, un dolor persistente a la altura de mi cerviz, un ardor intenso en mis ojos y un molesto calambre en mi glúteo izquierdo que me obligó a ejecutar en público ciertos movimientos que atrajeron la curiosidad de algunos, extrañamente no sentí en ningún instante el mareo habitual del navegante Miré en muchas ocasiones a mi alrededor como tratando de advertir algún chismoso atisbo de las personas a mi alrededor pero nunca encontré mérito alguno para nutrir mi paranoia, la que si estaba nutrida al extremo de sentirla reventar fue mi vejiga , no se cuántos litros de orina estaban acumulados en ese lugar ni cuanto tiempo soportaría conteniéndola. En un extraño momento y como sin advertirse ni anunciarse, una tormenta parecía hacer su arribo hacia el lugar en el que me encontraba, destellantes relámpagos que se exponían en el horizonte seguidos de, al principio unos tímidos truenos pero que con el transcurrir de los segundos aumentaron su intensidad y su frecuencia, un nerviosismo poco comprendido se apoderó de mi, esto sumado a mi dolor cervical, al dolor en la nalga, a las ganas de orinar y al ardor en mis ojos cambió en un instante esa sensación de agradable bienestar con que inicié mi viaje, por un desasosiego que poco tardó en evolucionar hacia una neurosis histérica, la respiración empezó a dificultárseme y mi ritmo cardiaco a acelerarse, recordé en ese momento los consejos de mi madre cuando me decía que si comía frijoles muy tarde en la noche, las pesadillas no me iban a dejar dormir. Trataba de encontrar una explicación razonable a lo que me estaba aconteciendo, culpando quizás a mi falta de previsión al partir hacia una aventura tan ambiciosa con tan solo mil quinientos, miré hacia mi alrededor, hacia las personas que hasta hace un momento juzgaba de chismosos y sus semblantes no se acompañaban de cambio alguno, pensé que su evidente tranquilidad respondía a un premeditado plan para secuestrarme y hundirme en un terrible mar de delirios ( como los que pronosticaba mi madre cuando comía los fríjoles a las doce de la noche), al instante contrariamente a lo que pudiese pensarse, después de la tempestad no vino la calma, un rayo cayó muy cerca de ese lugar y el estruendo fue terrible, ahora por fin los de alrededor exclamaron interjecciones de temor y sorpresa, enseguida no hubo luz y no pude verles mas. La realidad no podía ser otra: estábamos naufragando, lo había leído en algunos de los cuentos que en el colegio nos asignaban para discutir en la clase de literatura, también lo vi en la televisión en una serie sobre Robinson Crusoe y su esclavo Viernes, pero según mis cálculos ese día apenas era martes, martes de semana santa por cierto, se me pasó por la cabeza que quizás había cometido alguno de esos pecados que es permitido cometer durante todo el año excepto en semana santa y lo que estaba ocurriendo solo era la paga por dicha trasgresión. De allí en adelante no se que mas ocurrió, entré en un estado de inconciencia profunda no sé por cuanto tiempo, pudieron ser semanas o quizás meses, al despertar, lo primero que vi fue a la misma mujer que se encargaba de la taquilla en el edificio del frontispicio blanco, esa misma que me vendió el yogomax y el paquete de carantanta, su mirada de preocupación precedió a la pregunta: ¿le pasa algo? A la cuál respondí: !no lo sé! Por favor, ¿usted quisiera decirme en dónde estoy? Tras unos segundos ella me miró directamente a los ojos como tratando de auscultar el origen de mi extraño comportamiento y luego respondió: www punto nosequemierda punto com, ¡ah!, ¡también deseo recordarle que en diez minutos cerramos el café!

Texto agregado el 21-03-2008, y leído por 84 visitantes. (0 votos)


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