Éxodo
El sol de la tarde, tras inútiles intentos de mantenerse radiante,
se transformó en un plato oval de color naranja.
Ha comenzado a sumergirse en las llanuras del oeste.
Los últimos rayos, reverberando el rubio trigal,
ayudan a la ventisca a pincelarlo de ondas multioro,
que danzando al compás de una armoniosa sinfonía,
van convirtiendo el campo de trigo en un inmenso Mar Rojo.
Todo aquí está en calma, todo huele a maduro.
Dos hombres caminan por un ancho sendero dentro de ese mar.
Sus sombras largas y difusas, que se proyectan casi horizontales,
cortan, lo abren en dos partes como la reja de un arado,
teniendo el trigo como muro a su izquierda y a su derecha.
Y el hombre anciano dijo:
-Dios nos sacó de Rusia con una mano fuerte, de casa de la servidumbre. Él nos guió hasta aquí. El Zar nos permitió partir, pero el camino fue durísimo.
Por eso comprendo cual es la razón que te impulsó a navegar como una nave en el océano, hacia todos los destinos sin conocer tu derrotero.
Muchas veces no debatimos con nosotros mismos dentro de una gran confusión.
Sentimos que nos han crecido las alas y creemos que estamos en condiciones de volar al cielo, orientarnos y emigrar buscando otros veranos.
Te sedujo la idea de conocer parajes nuevos y es razonable.
Yo también en ocasiones miré mis pies embarrados y mis manos cortadas por el frío, como los de aquellos colonos que hablaban y oraban en una lengua que aún recuerdo y sentí piedad de mí.
Mi vuelo fue como el de una perdiz, muy corto, no intenté alejarme mas allá de donde llega la vista, quizás no quise o no tuve fuerzas para alcanzar el horizonte.
También comprendo que en tu infancia, a nuestro lado, bebiste aguas amargas.
No tuviste paciencia, no quisiste esperar, no dudaste en dejar tu casa.
Sabes, con el tiempo esas aguas se endulzaron.
Y el hombre joven dijo.
-Padre, he cometido muchos errores en mi vida. He adorado y creído en falsos ídolos, pero eran de barro, se disolvieron en la pacha con mi primer llanto. Lo estoy pagando.
Y el hombre anciano dijo.
-Aquí nada ha cambiado, y menos ahora que has vuelto a ti mismo.
Seguimos teniendo esos maravillosos días de enero de cielos azules pintados, vientos que acarician, colores que embriagan con sólo pensarlos.
Este es tu lugar, nada te reprocho. Sólo el Señor sabe por cuanto tiempo podré caminar por sus campos y me ha dado la posibilidad de volver a tenerte a mi lado.
Has comprendido que es esta nuestra tierra prometida.
Las dos sombras largas y difusas, abrazadas, se convirtieron en una.
Mañana comienza la cosecha. Colonia Mauricio cuenta con otro par de brazos.
Ha regresado un gaucho Judío.
Alejandro Casals
febrero 2008
|