Salió por la puerta. Aunque vivía solo sentía que debía avisar hacia donde se dirigía. Entró de nueva en la desolada y deshabitada casa y se puso a escribir una nota:
“Salgo a la calle. Deseo encontrarme contigo, amor de mis amores. Deseo que esta noche en que el vino de la vida embriaga mi noble sombra sin un solo vaso servido sobre la mesa de este grisáceo mundo. Salgo y espero verte de nuevo, aunque sea con los ojos cerrados, o en la oscuridad de la noche”.
Se sintió mejor y con unas monedas en el bolsillo fue hacia la próxima bodega. Entró y pidió una gaseosa y una cajetilla de cigarros. Pagó y quiso hablar con el tendero, pero este parecía no querer más que morir esa noche. Salió y en la entrada encendió un cigarrillo, mientras tomaba su botella de gaseosa. Caminó hasta ver por la ventana de una de las solitarias casa la sombra de una mujer. Se detuvo y vio que la sombra hacía lo mismo. Es ella, pensó. Se comenzó acercarse y cuando estuvo a tiro de verla, esta, cerró la ventana, aunque pudo apreciar que le miraba por una de las rendijas de la ventaba tapada por una cortina. Me quiere, pensó. Pero, ¿quién es ella? Dejó de caminar y volvió a su casa. Entró y sin pensar se sentó en su escritorio y escribió:
“La vi, era bella, sus ojos eran grandes y celestes como el cielo de cada mañana. Su voz era sombría como la sombra de toda vida humana. Y su cuerpo, duro como los árboles del parque. Me ama, pero, aún no lo sabe. Me ama, eso es lo que siento, y lo sentiré cada vez que lea estas notas… su nombre es hermoso: Natalia. Sí, Natalia. Me gusta ese nombre. Tiene no más de veinte años pero ya sabe lo que es el amor y el amor de un hombre que la mira todas las noches a través de su ventana, solapada por la rendija de una vieja corina de terciopelo…”
Dejó de escribir y volvió a salir a la calle. Caminó hasta llegar al puerto. Vio una sombra grande. Se asustó. Cogió un palo y se puso listo por cualquier cosa. Ten cuidado, recordó las palabras de su abuelo, hay gente peligrosa en los puertos… Quiso volver pero no, no quiso, pensó en que su destino estaba en esa sombra que sonaba como si caminase arrastrando cadenas de acero… de pronto vio que un gato negro, que tras su cola arrastraba un par de latas. Soltó el palo y con penita se acercó la gato negro, y mientras se acercaba notó que a este le brillaban los ojos como dos lunas. Se detuvo y pensó que quizá fuera mejor seguir su vida, su sombra, que la noche tiene abierta tantas puertas como puntos estrellas en el cielo. Sonrió y el sonido del mar le hizo recordar lo bello que era vivir. Recordó a su abuelo, sus padres, su novia, sus hijos, amigos… Todo recordó, también a Natalia. El gato estaba casi a su lado y sin percatarse, este se puso a ronronearle. Lo cargó olvidándose de sus ojos de luna y le quitó de la cola las dos latas que eran de cerveza. Notó que estaban llenas. Se alegró y sin dudar, las abrió. Las tomó y sintió que la vida le abría una puerta más. Regresó a su casa olvidando el canto de las olas del mar. A su lado estaba una sombra más. Era un gato, que, desde ese instante, era una parte de sus noches, y, de sus días…
Pasó por la casa de Natalia pero todas las luces estaban apagadas. Miró su reloj y ya era pasada la media noche. Un árbol estaba custodiando la casa. El gato negro pareció sentir sus sentimientos, pues no bien dejó de pensar y ya este había subido hasta la parte más alta del árbol. Sonrió y sintió que el gato era Natalia, era ella disfrazada de sombra... Dejó al gato, a su bella estrella, y regresó a su casa… apenas entró, fue directo al escritorio y se puso a escribir…
“La encontré sola, en el puerto. Bebimos cerveza y paseamos juntos sin tocarnos, tan solo vi su silueta dibujada por la luz de la luna. Llegamos a su casa y entró por el regazo del árbol guardián que cuidaba nuestro secreto de todas las noches. La besé y ella no dejó de abrir los ojos hasta que me perdí por las sombras de nuestras calles… hasta el día o la noche siguiente…”
San isidro, marzo de 2008
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