Sebastián es un chaval ciego, más ciego que una tapia. Sebastián es un tío que, por mucho que lo intente, jamás verá a dos en un burro, o a tres en un caballo. Para ir de casa al puesto de lotería coge el metro en Legazpi y se baja en Plaza de España que es la misma línea. Luego sube la calle Reyes. Nunca se equivoca porque siempre hace lo mismo, coge el metro, se sube, se baja. No tiene pérdida.
Hoy es lunes y en la obra del 15 de la calle reyes hay un albañil que se llama Elías, o Ezequiel, o algo así. Se ha dejado el andamio a medio desmontar y se ha ido al camión de la obra a guardar los goznes y los tornillos que lleva quitados. Y en medio de la calle se ha dejado una de las traviesas apuntando calle abajo, igual que una lanza en un astillero, como si enfilara al que sube la cuesta.
A Eustaquio, o Eleuterio, de niño se le murió un hermanito pequeño de unas fiebres muy fuertes que nadie supo como le dieron. Eustaquio sabía que lo había hecho él porque cuando vino de la tienda metió el matarratas, todo blanco, en el bote vació del poyo de la cocina, y se llevó el bote de plástico del matarratas para hacerse un tirachinas poniéndole un globo en la boca. Luego, cuando volvió, ya no encontró el bote de matarratas y tampoco se preocupó mucho. Al hermanito le dieron unas fiebres muy altas y se fue apagando poco a poco. Y Eustaquio no dijo nunca nada. Luego empezó a ponerse flaco y se le quedó la cara algo extraviada, como de mameluco. Y hubo que sacarlo de la escuela y ponerlo a trabajar de aprendiz con el albañil del pueblo a ver si era capaz de salir adelante.
Ezequiel, o Evaristo está desmontando el andamio, pero ha dejado en el aire una de las traviesas, como una pica en el brazo de un rejoneador, apuntando al caminante que sube calle Reyes arriba. La vara de hierro sobresale un poco, pero no mucho, no tanto como para que se den los coches. Tiene un borde afilado como un machete, y Ezequiel no está mirando.
Sebastián va con prisa porque llega tarde a abrir el puesto. Va más rápido que otros días porque ve que no llega. En el metro le ha quitado la tapa al reloj de manecillas y, palpando con los dedos, ha visto que lleva la hora pegada al culo. Camina deprisa y pasa por delante del camión de la obra. Es el camión de Ezequiel, pero no ve a Ezequiel porque es ciego. Y Ezequiel no le ve porque está liado con los goznes y los tornillos. Y más arriba, solamente unos metros más arriba, está lo que queda del andamio de la obra. Y hay un hierro que sobresale con una punta afilada, más afilada que la espada de un sarraceno. Y la punta que mira hacia adelante, como si le viera a él venir de frente. Y él que no ve la punta, ni ve el andamio. El no ve nada, está más ciego que una tapia. |